jueves, 7 de marzo de 2024

ASÍ SE FUNDÓ EL DAM SOBRE EL AMSTEL (2019)

ASÍ SE FUNDÓ EL DAM SOBRE EL AMSTEL (2019)

Así se fundó Carnaby Street
LEOPOLDO MARÍA PANERO


Entro ex professo en una taberna de viejos lobos de mar, junto a un canal en Chinatown (soy Jake Gittes, detective privado), Quartier Putain, ni un turista: el lugar preciso en el que explosionó la ciudad principal del Inferno. Abro sus puertas batwing con ambas manos: plano detalle de cada una de las miradas ciñéndose contra mi esqueleto: me he dejado crecer un espeso bigote, por lo que pueda acontecer, como el de Wyatt Earp en el tiroteo del O.K. Corral de Tombstone. Los presentes están sentados sobre el big bang amstelodamum y me miran con la curiosidad con la que se observa al extranjero, todos se conocen y les confunde que hable su idioma y mi aspecto sureño. Sus tatuajes arrugados por el sol ―los míos ocultos bajo la ropa―, su acento aguardentoso, del Mokum, sentenciarían los de «El Lugar», cuando me percato de mi inferioridad de canas. Mi entrada al tugurio es como un Cristo versus Arizona, frente a un vulgar coffee shop que en nada se asemeja a los mágicos fumaderos de opio que frecuentaba el sifilítico Baudelaire, el suicida Nerval o Slauerhoff el tísico. Tampoco guardan estos antros relación alguna con aquel escandaloso viaje-huida a Londres de Verlaine y Rimbaud, poseído por el hachís, una temporada en el infierno: poco después, a orillas del Támesis, se transforma en un opiófago vampirizado. Intuyen que también soy marinero, pero de alta montaña, me vengo arriba y hago el gesto de sacar la pipa, pero la tabernera, dos metros de altura bajo el nivel del mar, se acerca amenazante y la dejo quieta en el bolsillo: «Ni se te ocurra tocarla», leo en sus ojos. El local es un sosias dark version del Louis's, el restaurante en el que Michael Corleone mató a Sollozo y al capitán de la policía McClusky, por lo que probablemente también me hayan dejado en la cisterna del aseo una pistola. En un póster junto al water closet aparecen los últimos ganadores del campeonato de bebedores de cerveza, como una suerte de mitología griega abreviada, me tiro un farol: «Podría beber más cerveza que cualquiera de vosotros», cara de póker generalizado, y acto seguido se carcajean histriónicos, les miento a Michiel de Ruyter en Siracusa al servicio de la Corona española y sin pausa contraataco hablando del concepto de sustancia según Spinoza, «ebrio de Dios» cito a Novalis, me adentro en el área con la negación de la dualidad mente-cuerpo en un dedo, pero desde la barra un tipo con bigote blanco (un abrebotellas al cuello) afirma ex cathedra que Messi es Dios, “niet God maar wel een god” («no Dios sino un dios») puntualizo. “Je suis l'étranger”, medito recordando a Camus cuando il menssagero de Amazon entra al garito como Bach lo haría por su casa. «En el Sur se muere mejor», proclamo a los cuatro vientos a modo de Profecía antes de pagar arrojando mis últimas monedas sobre la barra de madera encharcada: Bring Me the Head of Alfredo Garcia, y se ponen serios, touché, Van Broncas se me arrima como un Miura ensangrentado, me encomiendo a san Bonifacio en la batalla final al amanecer y acto seguido me acuerdo de Gallito empitonado mortalmente en Talavera de la Reina, ¡Robert Johnson que estás en los cielos, a esta ciudad le quedan cuatro días, lo sé, y la odio con locura enfermiza, eso también lo sé y también lo saben ellos! 

P.S.- Cuando me marcho dejando una estela de espuma a mi paso se abren las encarnadas cortinas de los escaparates de los lupanares, no hay agujas de pinos sino agujas de yonkis en el suelo hundido, y la esclusa del sol se desangra en el horizonte de lo inmortal. Álea iacta est. Amén.

Ámsterdam, 2019




VIAJE AL FIN DE LA NOCHE (2019)

 VIAJE AL FIN DE LA NOCHE (2019)

-Louis-Ferdinand Céline-

Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mente.
LUDWING WITTGENSTEIN 

Día de lluvia cargada de rabia. Me levanté a las 6 h siguiendo mis propias instrucciones para un amanecer. Un tranvía, el metro y al fin el autobús. Llevé al colegio a mis hijas, un encuentro de apenas un minuto, dos a lo sumo. Me despidieron con un húmedo beso que dejó mojada mi mejilla pero pronto la saliva se fundió con el agua de la lluvia: ya sólo somos sombras en un charco.  


Me subo al primer tranvía que encuentro. Llueve como siempre, con extática virulencia, como una suerte de ataque ad hominem, pero no me importa. Llevo los pies chorreando desde que a las 6:30 h salí del hotel y juré en arameo al pisar el primer charco: el resto es Historia. Nunca como aquí he sentido la decadencia humana, me viene a la mente Thomas Kempis: "Contemptus mundi" («menosprecio del mundo»), y retuerzo el título de su mayor obra: "De Imitatione Baudelaire" hasta recordar el verso de Roger Wolfe «El mundo es tan gris como mi asco». Tampoco como en estas calles he sentido tanta ira. En esta ciudad sencillamente malvivo: catorce horas al día fuera del hotel, un flâneur en grado sumo; llevo mucho tiempo siendo un bohemio al filo de la navaja. De día me alimento a base de plátanos, zumo de cebada recién ordeñado y alguna hamburguesa grasienta que saco de los dispensadores automáticos que encuentro por los callejones: dead end; por las noches paladeo con tanto placer la comida (principalmente sushi) como lo haría el ajusticiado horas antes de colocar su cabeza bajo la guillotina. Si no estoy en la Casa del traductor o la habitación del hotel no dispone de microondas y me apetece comer algo diferente, compro pasta ya cocinada y caliento el blíster bajo la ducha caliente, pero siempre queda tibia («Porque eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca»: APOCALIPSIS); he aprendido las técnicas más superlativas de la supervivencia; he mapeado todos los hediondos urinarios públicos adornados de grafitis junto a los canales donde se drogan los yonkis; me sé de memoria las paradas de cada línea de metro y tranvía como las mismas líneas de la palma de mi mano. He sobrevivido gracias al calor de las librerías, que conozco una a una y también a sus libreros, que me tienen reservado algún libro desde meses antes. Voy a la librería Scheltema en busca de techo y siempre sigo la misma rutina: dejo la mochila sobre la mesa de la 3ª planta, doy los buenos días con acento belga a los empleados, saco mi libro y el cuaderno de notas; me acomodo sin quitarme las gafas de sol: Ray-Ban tendría que haberme hecho un contrato de imagen hace ya 30 años. El personal me saluda, me conoce; me río imaginando quién pensarán que soy, quizá creen que un jefe indio, por mi estricta rutina, por mi movimiento errante, acaso el chamán de una tribu de un solo miembro, no, no, es imposible, todo es imposible, yo soy imposible, pero aun así ayudo a los clientes a buscar el libro que no encuentran, eso sí es factible. 


En esta ciudad es donde más he sentido la locura, donde jamás he pasado tanto frío como bajo este cielo plomizo: he dormido en los aeropuertos, me he desesperado en las paradas sin marquesinas con el rostro cubierto de hielo y he perdido trenes y aviones; la ira es mi pecado capital favorito, pero por supuesto no me pido perdón, porque es combustible, es napalm en vena. Aquí me ha salvado el olor del papel de las librerías de segunda mano y los epitafios labrados en las lápidas de los camposantos; las obscuras tabernas de Chinatown, leer a los poetas malditos, la última voluntad de los suicidas y escribir esquelas de personajes imaginarios; acudir a las iglesias ha sido mi mayor auxilio: sería obligatoria su apertura 24 horas al día, o al menos que siempre existiese de guardia una; no necesito confesor. Ayer fui a escuchar misa a la basílica de san Nicolás bajo una nube de gaviotas, y atravesar su portón me hace sentir paz, no sólo conmigo mismo, sino con la condición humana, de la que por desgracia también soy parte: la insoportable levedad del ser. Cuanto más amenazado me siento, más crece mi fe. 


En un bolsillo del abrigo llevo el Evangelio de San Juan («Verbum caro factum est») y en el otro un librito en miniatura de las Flores del mal de Baudelaire en inglés completamente subrayado: «No busquéis más mi corazón, las bestias lo han devorado» (si no fuese tan voluminoso portaría igualmente el Museo de Cera de J. M. Álvarez, y a Poe, y los sonetos de Shakespeare, los sermones de John Donne, los poemas más hirientes de Roger Wolfe, a Keats, Tumbas de Nooteboom, el Eclesiastés... una biblioteca andante). El filósofo pesimista E. Cioran (hijo de un pope rumano) y asiduo en mis lecturas («Sin una pizca de locura el lirismo es imposible») vivió en condiciones precarias en una diminuta buhardilla de París casi toda su vida, como Samuel Becket, me encomiendo a ellos y me recreo imaginando en qué estado estarán ahora todos esos cuerpos bajo tierra, sólo despojos envueltos en coágulos de barro, raíces y gusanos, el de Menno Wigman (lo visitaré mañana) enterrado junto al Amstel ya podrido, las cenizas de Slauerhoff, el corazón de Shelley, la pierna cojeante de Byron, Keats y el mechón de su amada con el que fue inhumado o el cuerpo decapitado de Paul Snoek tras chocar con su vehículo 

Desde siempre me ha gustado la noche, pero no dormir porque lo considero una pérdida de tiempo y, para colmo, sufro constantes pesadillas; Raúl Zurita afirma en un poema que «la noche es el manicomio de las plantas», no le falta razón, pero a mí me produce placer deambular en plena obscuridad y mientras tanto recitar unos versos, que me sé de memoria, del poeta expresionista austríaco Georg Trakl (que terminó suicidándose con una sobredosis de cocaína): «Sobre negra nube/ cruzas ebrio de opio/ el estanque nocturno». Soy un vampiro, y la noche me revela, soy el tormento y el éxtasis, según me dicte mi cabeza. Me apasiona regresar lentamente al hotel por los callejones más turbios, salvajes y siniestros, sentir el gusanillo del peligro en este Pandæmonium (sinopsis de Las Vegas) mientras alterno en mi dispositivo las cantatas de Bach ("Ich habe genug./ Mein Trost ist nur allein,/ Dass Jesus mein und ich sein eigen möchte sein"), los saxos sublimes de Charlie Parker y Ben Webster, la música dark romantic de Depeche Mode, algunas secciones del Officium Defunctorum de Tomás Luis de Victoria y las guitarras estridentes de Guns N' Roses, repito una y otra vez "One of These Days" de Pink Floyd y desintegro el "Sympathy For The Devil" de Sus Satánicas Majestades; mi eclecticismo es una tabla de salvación. Me acompaña una bandada de petirrojos, varias urracas y un mirlo; un cuervo se posa en mi hombro, me habla ("Nameless here for evermore"), echo de comer a los gatos que salen a mi paso (algún día vivirá conmigo uno y lo llamaré Pluto y estará tuerto), me envuelvo en el olor del hachís que emana de los fumaderos, contemplo los escaparates de carne enmarcados en luces de neón, los vendedores de paraísos artificiales (los mercaderes ofrecen sustancias adictivas bajo el nombre del filósofo Karl Popper), el olor a comida basura; es maravilloso degustar la violencia humana, la venta de almas como hizo Fausto con la suya; "It's a Sin City", me digo. Me escribe Roger Wolfe; le cuento mi deambular por esta ciudad: podríamos escribir alguna pieza à quatre mains


Desde que abandoné el hotel tenía los pies congelados por la lluvia y ya no los sentía, por lo que a mi regreso pasé por la Biblioteca Central, y como un vagabundo me despojé de los calcetines en el aseo y los sequé bajo un secador de manos. No me vio nadie, pero no hubiese sentido vergüenza si alguien me hubiese observado: lo que me produce bochorno es ser miembro numerario de un mundo podrido y pertenecer a esta sociedad prostituida. A los pocos minutos volví a padecer el helor de las botas mojadas, así que decidí pisar todos los charcos que encontraba a mi paso para que los pies quedasen definitivamente anestesiados. Retrospectiva en el Eye Film Museum del cineasta y disidente ruso Andrei Tarkovski (1932-1986), que en una entrada de su diario del 9 de abril de 1982 escribe: «¿Cómo puede vivir el hombre sin Dios? Sólo si se convierte en Dios; pero no puede convertirse en él...». He visionado toda su filmografía en varias ocasiones: cada fotograma es un verso y sus películas hermosísimos poemas.



Odiar esta ciudad es una labor fácil que para colmo trabajo a diario con ahínco; hablo el idioma de los autóctonos para que no se crean más que yo: los españoles somos un pueblo orgulloso, y eso es una seña de identidad que jamás debe perderse, como aquí hicieron noblemente los Tercios en las peores condiciones, y llegan a mi mente la vida de esos soldados, algunos de ellos mercenarios, sus densos bigotes congelados, escondidos junto a los ríos para entrar en acción, entumecidos por el frío... pensar en sus escaramuzas me sube la moral; sé que piso las cenizas de aquellos que cayeron noblemente en combate, pero yo aún sigo en pie. Desde entonces a los niños de estas hundidas tierras, para asustarlos, les advierten que si salen solos se los llevará el Duque de Alba, algo así como un hombre del saco. Cuando el rey Felipe II envío al general a estos húmedos páramos y sus habitantes se quejaban, les respondía sin titubear: «si os disgusta mi religión marcharos a otra tierra»: Deo patrum nostrorum.

Sólo pienso en regresar a la Luz del Sur, pero cuando me marcho siento remordimiento por la ansiosa necesidad de dicho deseo, por ellas y su incomprensión, pero me encomiendo a la redención ajena porque no existe nada por lo que yo tenga que pedir perdón y nadie me podrá imputar nunca nada: si mis hijas sabrán entender y valorar en el futuro este esfuerzo lo desconozco. Rendirme no aparece en mi diccionario bilingüe body & soul.

Y así cierro otro día, observando por la ventana la lluvia centelleante contra el lienzo de obscuridad de la noche y el sonido del tic tac de mi reloj de bolsillo... hasta que dejo caer la cabeza sobre una montaña de libros. En esta ciudad mi insomnio no diagnosticado se acentúa, pero soy mitad monje y mitad soldado. Escucho tronar los reactores de un avión horadando las nubes ensangrentadas del cercano aeropuerto: creo que puede tratarse de un Boeing 737-800; es el mismo que me trae y me lleva sobre sus alas de luz eléctrica.

hay una luz en algún lugar
puede que no sea mucha luz pero
vence a la obscuridad
CH. BUKOWSKI 

Día de los Muertos. Ámsterdam, 2019.


jueves, 25 de enero de 2024

PRESENTACIÓN DEL POEMARIO FLORES ENFERMAS

 PRESENTACIÓN DE FLORES ENFERMAS 

(18/I/2024)


DIEGO MARTÍNEZ. 22 Enero, 2024 - 21:11h

El pasado jueves se presentó en la Librería Picasso de Almería el nuevo poemario de Antonio Cruz Romero titulado Flores Enfermas, publicado por la editorial cántabra Libros del Aire, dirigida por el poeta Carlos Alcorta, en un acto que estuvo presentado por el también poeta José Luis López Bretones y que contó con la presencia de un numeroso público.

Flores enfermas es el quinto poemario de Cruz Romero (María, 1978), que es a su vez narrador, neerlandista y traductor, terreno en el que ha vertido a nuestro idioma a medio centenar de poetas flamencos y neerlandeses y está considerado el traductor más activo e importante de poesía neerlandesa contemporánea en lengua española, no en vano Antonio Cruz es miembro de la sección de poesía de la Dutch Foundation for Literature y ha sido becado en varias ocasiones como "Translator in residence" en la Casa del traductor de Ámsterdam.

Cruz Romero es, en palabras de López Bretones y en relación a su poemario “un mitómano, un adorador de mitos cinematográficos, musicales, literarios y fantásticos, y en el libro aparecen el vampiro, el licántropo, la misantropía romántica, las escenografías góticas o los amores eternos que viajan por los océanos del tiempo hasta encontrarse”, un poemario articulado por elementos redundantes como el amor, la muerte, las derrotas y la victoria, las leyendas, las aves, los vampiros y los cementerios, que como bien apunta López Bretones, “son mitos culturales asentados a lo largo de los siglos por una tradición extensa y fecunda, mitos de la tradición occidental que surge de tres ejes nucleares: Atenas, Roma y Jerusalén; y a su vez hablamos de dos mitos fundacionales: la culpa y la redención, y todo ello forman parte de este libro”.

López Bretones señaló que “Antonio Cruz se muestra más partidario del mythos frente al logos, es decir: más partidario de lo simbólico, de lo irracional, de lo dionisíaco que de la razón positiva que sistematiza y que da luz a las sombras. Antonio Cruz es un poeta del Romanticismo mucho más que de la Ilustración, y a pesar de sus querencias tomistas se inclina más por Tertuliano, a quien cita en el libro, y que afirmaba “Creo porque es absurdo”, pues el carácter del personaje poético de Antonio Cruz es un personaje apasionado, un personaje arrebatado, un personaje atormentado, como lo eran los románticos ingleses, como lo era Menno Wigman y como lo es también dentro de la poesía contemporánea española Roger Wolfe, que es uno de sus referentes literarios y además amigo personal de un Antonio Cruz que no es partidario de arrojar luz sobre las sombras sino de las sombras y de toda la iconografía que acompaña a las sombras: las brumas, los cementerios, las lápidas, los cuervos, con Edgar Allan Poe al fondo y, en general, todo lo que indique decadencia e incluso putrefacción, y con toda esta iconografía sin duda está haciendo referencia a esta nuestra sociedad que se deshace ante nosotros a pasos agigantados y que muestra por todas partes signos de acabamiento y de fermentación cadavérica”, dijo López Bretones.

La estética y poética del poemario se mueve entre el culturalismo y el romanticismo inglés con su amor por la naturaleza y los pájaros, y por otro lado claramente influido por la cultura pop, el cine y en especial por el malditismo de los poetas del siglo XIX en donde se perciben ecos de Poe, Wordsworth, Keats o Baudelaire, pues no en vano Flores enfermas es una suerte de homenaje a éste último, en el que el poeta de este poemario, un ser radicalmente misántropo, destapa la decadencia y miseria del mundo y sólo se refugia en aquello que le es fiel, auténtico y le ofrece protección.

A modo de conclusión, López Bretones terminó su intervención afirmando que Flores enfermas es “un libro casi blasfemo (como fue considerado en su día Las flores del mal de Baudelaire), un libro salvaje, un libro duro, cortante como un filo, un libro aquejado de la enfermedad de la poesía y cuyas flores contienen un sigiloso veneno que hay que tomar a pequeñas dosis o morir; o morir de romanticismo”.

Diario de Almería (23/I/2024)

FOTOGRAFÍAS: Eva M. Gómez Gómez







viernes, 3 de noviembre de 2023

FLORES ENFERMAS

 

Editorial: Libros del Aire
Páginas: 79
Fecha de edición: Septiembre 2023

Amor, muerte, las derrotas y la victoria, la desmitificación de los héroes y las leyendas, aves, vampiros y cementerios, son algunos de los elementos que nos encontramos en Flores enfermas, un poemario en el que como en un díptico se despliegan dos partes bien diferenciadas: una más dura, visceral y a veces desgarrada, en cuyo final ya se anuncia una segunda pieza articulada por una sucesión de poemas de amor. La estética y poética del libro se mueve entre el culturalismo y el romanticismo inglés con su amor por la naturaleza y los pájaros, y por otro lado claramente influido por la cultura pop, el cine y en especial por el malditismo de los poetas del siglo XIX, en donde se perciben ecos de Poe, Wordsworth, Keats o Baudelaire, pues no en vano Flores enfermas es una suerte de homenaje a éste último, en el que el poeta de este poemario, un ser antisocial, destapa la decadencia y miseria del mundo y sólo se refugia en aquello que le es fiel, auténtico y le ofrece protección.

https://editoriallibrosdelaire.com/producto/flores-enfermas/

ANTONIO CRUZ ROMERO (María, Almería, 1978). Poeta, narrador, neerlandista y traductor, ha cursado estudios de Magisterio y Ciencias judaicas, y es titulado como profesor de conservatorio en la especialidad de Saxofón clásico. Ha publicado la colección de relatos Cuentos macabros (2014), la novela El banquete: crónica de un ajusticiamiento (2017), y los poemarios Grecia: guía de viaje para poetas y antipoetas (2016) y Una habitación de hospital con vistas al mar (2018), y sus poemas han aparecido en diversas publicaciones nacionales e internacionales. 

Ha traducido a medio centenar de poetas flamencos y neerlandeses, y está considerado el traductor más activo e importante de poesía neerlandesa contemporánea en lengua española, dando lugar, entre otras, a la antología y ensayo Poesía experimental de los cincuenta en lengua neerlandesa (2016) y Entre diques y esclusas. Antología de poesía neerlandesa actual (2022). 

Ha sido editor de las revistas literarias Ravenswood Magazine y Atonaal. Revista de poesía y otras hierbas infumables. Es miembro de la sección de poesía de la Dutch Foundation for Literature, siendo becado en varias ocasiones como “Translator in residence” en la Casa del traductor de Ámsterdam.

lunes, 10 de abril de 2023

CON ROGER WOLFE EN VALLECAS

Con el escritor Roger Wolfe contacté por vez primera en el año 2015 cuando coordinaba un monográfico en homenaje a T. S. Eliot para la revista Ravenswood Magazine, y desde entonces surgió una amistad verdadera y constante que resulta harto difícil de mantener con vida en esta jungla que supone la literatura y los espurios vericuetos de la edición. Posteriormente le edité la pequeña colección de ensayos Oras en la vida y Pasos en el corredor, poemario que bautizamos con el sobrenombre de The White Album. Quedaba pendiente encontrarnos in the flesh, ya fuera en la capital o bien en algún punto en el que se da cita la trascendental Luz del Sur, sustantivos ambos que suponen dos novelas del señor Lobo: El Sur es un sitio grande y la autobiografía Luz en la arena, dos exquisitos libros editados por ZUT ediciones. 

Por fin acordamos lugar y día: en Madrid, coincidiendo con el Jueves Santo; fecha inmejorable. Roger escogió el barrio: Vallecas-Entrevías, y también el restaurante: Cruz Blanca, en donde probamos un delicioso cocido elaborado y servido como mandan los cánones castizos y que dio pie a que yo mismo esbozase un poema que veremos a ver en qué queda. Nos acompañó Eva, mi mujer (fotógrafa de Entre diques y esclusas. Antología de poesía neerlandesa actual), y su hija mayor. Los momentos quedaron inmortalizados por Eva con la Nikon de Roger (fotografías que me envió al día siguiente viradas a diferentes tonalidades sepias) y la conversación versó sobre poesía, Eliot y Pound, enfermedades y política (que en este país son sinónimo), acerca de Bukowski y el realismo (sucio y no sucio), música, ediciones y rendiciones (el corrector lo prefiere a reediciones) de libros, editoriales y malvados editores que compiten con el mismísimo Barbarroja, y hasta recordamos el magnífico programa literario que dirigía Sánchez Dragó (¡y qué perra es la vida!, pues justo cuando redacto estas líneas leo con enorme tristeza de su repentino fallecimiento). Roger nos dedicó un par de libros que trajimos de casa (tenemos casi toda su obra ya dedicada): una antología poética de Renacimiento y su celebérrimo ¡Que te follen, Nostradamus!. El día era como de primavera andaluza, rozando lo veraniego. Tras la comida anduvimos unos metros hasta llegar a una terraza cercana con el fin de tomar un café (yo una copa de orujo con hielo, aunque lo que me apetecía realmente eran unos torreznos), y así estuvimos charlando bajo la sombra hasta bien entrada la tarde y con el humo del cigarrillo de Roger mezclándose con el olor de nuestros cigarros electrónicos. 


El encuentro resultó enormemente agradable pero excesivamente corto para todos, pues el tiempo pasó de una forma totalmente bukowskiana: como caballos salvajes sobre las colinas. Nos despedimos con el deseo de volver a encontrarnos en el Sur, quizá organizando ad hoc una lectura poética de nuestro The White Album en plan estrellas del punk. Por fin nos habíamos conocido en carne y hueso; por fin nos pusimos altura: el buen puñado de años y de centímetros que nos separan nunca han resultado un obstáculo; de Madrid, al cielo, sin duda. 

FOTOGRAFÍAS: © Eva M. Gómez Gómez

miércoles, 28 de diciembre de 2022

ENTRE DIQUES Y ESCLUSAS. ANTOLOGÍA DE POESÍA NEERLANDESA ACTUAL

Se reúnen aquí veinte poetas contemporáneos en lengua neerlandesa, tanto de los Países Bajos como de Flandes. Probablemente no se pueda hablar de un movimiento poético con evidencias constatables que guarden una coherencia formal ni un estilo claramente homogéneo, ni mucho menos, pero sí queda de manifiesto que estos poetas forman parte de una generación sólida en la que existe una diferencia de quince años entre el de mayor edad y el menor de todos ellos, nacidos entre los años setenta y finales de los ochenta; una pléyade de poetas que son y quieren ser transgresores con las formas, las normas gramaticales y experimentar con el lenguaje, hasta tal punto de encontrar elementos comunes con los poetas experimentales de los años cincuenta. Es una generación instruida en las nuevas tecnologías, que buscan información en internet, hacen uso de Google y Wikipedia y se sumergen escasamente en los referentes poéticos clásicos, e incluso alguno de sus miembros ni tan siquiera es de origen europeo, pero que, siendo de dos países distintos, Países Bajos y Bélgica, usan una lengua común: el neerlandés; veinte poetas que quedan reunidos en estas páginas.


Autores: • Maria Barnas • Annemarie Estor • Tsead Bruinja • Vrouwkje Tuinman • Mustafa Stitou• Tom Van de Voorde •Joost Baars • Thomas Möhlmann • Els Moors • Max Temmerman • Andy Fierens • Delphine Lecompte • Kira Wuck • Anne Büdgen • Ruth Lasters • Lies Van Gasse • Maud Vanhauwaert • Yannick Dangre • Frank Keizer • Maarten Inghels 

Traductor: Antonio Cruz Romero 

Fotografías de cubierta e interior: Eva M. Gómez Gómez


sábado, 4 de septiembre de 2021

COMBATES Y TRINCHERAS EN LA POESÍA ÉPICA DE JULIO MARTÍNEZ MESANZA

La poesía de Julio Martínez Mesanza (Madrid, 1955) me hace evocar el concepto de viaje en su acepción más fundamental y auténtica, remitiéndome a su vez al poema de K. Kavafis «La ciudad». Pocas cosas me entusiasman más de los viajes que su preparación, en ocasiones más que el viaje en sí mismo, pues carecería de sentido sin una serie de extraños prolegómenos y ritos casi sagrados con los que da comienzo, y cuanto más especial es la travesía, más me esmero en ello. 

Julio Martínez Mesanza (fotografía El Cultural)
Julio Martínez Mesanza (fotografía: El Cultural)

Una parte esencial del preámbulo a ese viaje que me ha llevado a mi ciudad de destino, para mimetizarme en sus calles y rincones, se ha centrado en la elección de un libro, y en esta última estancia en la Casa del traductor de Ámsterdam fue la poesía de Martínez Mesanza la que me acompañó en el regreso a la que desde hace tiempo se ha transformado en una ciudad-infierno, un viaje que dio comienzo el primer día de agosto tras casi seis meses sin poder ver a mis hijas; el casus belli de mi larga ausencia fue una peste tan virulenta como la que Tucídides describe en su Historia de la guerra del Peloponeso. En aquella primera parte de mi estadía en la capital neerlandesa se tornó fundamental el poema de Martínez Mesanza «La eterna caballería», y en mi odisea, que comenzó de madrugada, me adueñé de la citada composición hasta erigirme en su protagonista; los versos con los que culmina los repetía en aquel entonces a modo de letanía: La noche es larga, y hombres en la noche, / que nunca han combatido, inventan armas.

Nada nuevo aporto al afirmar que Martínez Mesanza es uno de los poetas más importantes del panorama poético en nuestro idioma, con una dilatada carrera, si bien su obra lírica resulta breve pero certera, además de coherente con su forma de pensar. Martínez Mesanza pertenece a la llamada Generación de los ochenta, según el crítico y poeta José Luis García Martín, o si atendemos a Luis Antonio de Villena a los Postnovísimos (Vicente Gallego, Esperanza López Parada, Felipe Benítez Reyes, Carlos Marzal, Blanca Andreu, Luis García Montero...), un Martínez Mesanza que, bajo mi punto de vista, es el más sobresaliente y singular de toda esa generación. 

La editorial Ars Poética publicó hace unos meses Jinetes de luz en la hora oscura, antología poética de Martínez Mesanza editada bajo el cuidado del escritor Alfredo Rodríguez, que hace un exhaustivo recorrido por toda su obra y en donde encontramos sus poemas más emblemáticos y la temática que cohesiona y da sentido a un estilo y una poética de gran singularidad, un escritor que se siente deudor de la historia de España y sus personajes y a quien le «gustaría haber participado en la carga de Cajamarca junto a aquellos jinetes que firmaban con una cruz», toda una declaración de intenciones que tiene su fiel reflejo en todos y cada uno de sus poemas.

Para Julio Martínez Mesanza Europa es el indiscutible epicentro de una cultura que insufla vida a su poesía y cuyo origen se remonta a Grecia y Roma, sin olvidar la esencia judía que posteriormente desembocaría en el cristianismo, presente en sus poemas de manera constante, y no sólo como hecho religioso, sino como cimiento cultural y formativo que a su vez se halla circunscrito en un inherente arraigo católico. Y con esta base de tan rocosa solidez el poeta madrileño ha construido una poética que tiene como base la Historia y las batallas, con especial hincapié en la Primera Guerra Mundial, al tiempo que sus poemas, a los que imprime una especial importancia en el aspecto formal mediante endecasílabos (aunque ausentes de rima), se ven limpios y pulidos de la parte más cruel del militarismo para dar paso a la épica, o bien habría que decir que gracias a ésta queda atenuado el belicismo pero siempre sin caer en la demagogia, dejando claro que en las guerras hay vencedores, vencidos e innumerables víctimas.

En sus poemas hallamos una serie de elementos recurrentes que determinan sus composiciones, como por ejemplo las torres («Una torre que guarda los despojos / de solares y eternas dinastías.» [p. 41], «Han caído las torres, y el desierto / es ahora tan grande como el alma: / esas torres que alcé y ese desierto / que quise mantener lejos del alma» [p. 114]), innumerables ruinas («No deja de llover sobre las ruinas / que rodea mi casa, vieja y pobre» [p. 84]), las trincheras («Sólo quiero volver a las trincheras, / a las trincheras donde nunca estuve», [p. 131], «La nieve que sepulta las trincheras / en el centro de Europa y en el centro / de un siglo despiadado y reflexivo / es el que cae en mi alma y la deprime» [p. 137]), el combate («Tus ojos, los que veo en el combate, / los que miran cuando me ensangriento» [p. 63], «Iré al combate sólo si tú vienes; / sólo si me acompañas al combate» [p. 151]), los páramos («Vagando por el páramo sombrío, / vagando por el páramo de cien años» [p. 128], «Sobre el páramo inmenso en el que vives, / un cielo lento y negro, un cielo bajo / que roza los fangales y se ensucia» [p. 129]), o las noches («Entre el muro y el foso, largas noches. / Negras noches de guardia junto a nadie» [p. 122], «Los cortos días y las largas noches / me llevarán despacio hacia tu nunca» [p. 132]).

Por su importancia rescato esta entrevista que Martínez Mesanza concedió a El Cultural el 23 de febrero de 2018 poco después de que se le concediese el Premio Nacional de Poesía por su poemario Gloria, en la que contestaba a una pregunta del entrevistador de esta guisa: «[....] yo nunca me he planteado ser rebelde. Soy demasiado conservador para eso. Otra cosa es que, en los tiempos que corren, el conservadurismo sea considerado una forma de disidencia», respuesta que queda perfectamente engarzada con un estilo de construir poemas que bebe de la esencia filosófica y cultural de los Chesterton, C.S. Lewis, Tolkien o Eliot, dando forma a un concepto que va más allá de lo literario y fija un mandamiento no escrito del conservadurismo intelectual, en peligro desde su nacimiento con Burke, y más aún en el tiempo convulso que nos está tocando vivir.

Si tienen pensado viajar, y la travesía es especialmente tortuosa y plagada de peligros, les recomiendo que les acompañen los poemas de Julio Martínez Mesanza; a mí me sirvieron de ayuda. Y si acuden a una batalla, en la que está en peligro nuestra esencia cultural, al menos encontrarán esperanza en sus poemas y compañía en la soledad de la trinchera.

«Me han arrancado el alma: ya no es mía. / Y, desde que no es mía, mi alma vive». («ME HAN ARRANCADO EL ALMA»)  


Jinetes de luz en la hora oscura [Antología], de JULIO MARTÍNEZ MESANZA. Edición de Alfredo Rodríguez. (Editorial Ars Poética)

sábado, 27 de marzo de 2021

CIUDAD MORI Y EL AUTOEXILIO DE SERGIO MAYOR

He postergado una y otra vez la redacción de esta reseña (o más bien insignificante apunte) acerca del libro de Sergio Mayor Ciudad Mori (Karima Editora, con magnífica fotografía de cubierta de J. L. López Bretones). Primero demorada, y más tarde abandonada, y no por desidia, no por falta de interés, sino derrotado de impotencia. Isaac Luria, el místico y cabalista judío del siglo XVI, explicaba cómo Dios creó el Universo y, puesto que éste ocupaba todo el Espacio, se contrajo y se exilió de sí mismo, se autoexilió, para ser precisos, con el fin de poder crear, y a aquella «contracción» la denominó Tsimtsum. 

Nunca he leído nada similar a lo que escribe Sergio Mayor, ni probablemente haya nadie con quien compararlo. No sé qué es lo que escribe, no podría definirlo: ¿meditaciones?, ¿profecías?, ¿microrrelatos?, ¿ensayo? o ¿sermones como los de John Donne?; ¿una imposible summa theologiae?; dejémoslo «simplemente» en composiciones literarias. Me he referido a Luria porque mientras leía su libro daba la sensación de que Mayor se encontraba en un sublime acto de contracción para una vez autoexiliado dejar que el torrente de palabras crease el texto por sí solo; y por eso yo me encontraba ante el vacío del folio, incapaz de escribir nada, contra el blanco cegador, como el segundo antes de la muerte de un alpinista en la soledad de la infinita montaña. 

© Ideal

Tres meses después de terminar el libro de Ciudad Mori aún no soy capaz de hablar de él ni expresar lo que he sentido con su lectura, porque me ha dejado seco de palabras. No me ha sorprendido, porque aún sigo estupefacto; no me he sentido sobrecogido al llegar a su última página, porque todavía me hallaba paralizado cuando hace años comencé a leer sus textos en las redes sociales. Poco después le sugerí que sus escritos podían ser perfectos para inaugurar la revista Atonaal; Sergio Mayor encontró extraña mi petición, casi insultante, se negó, se resistió, pero accedió, como un favor, y así fue la génesis de ese primer número monográfico que bauticé como «Escritos sacros en la era de la peste digital {AñO <0}». Edité con ansiedad y asombro la revista y sus textos, e incluí en portada un enigmático grabado que aparece en el libro del poeta romántico neerlandés Willem Bilderdijk De ondergang de eerste wareld [La decadencia del primer mundo], mientras su lectura era el hermoso viaje hacia ninguna parte. Como en Ciudad Mori también el epicentro de esas visiones remitían a Granada a lomos de sugerentes alucinaciones y él su personaje principal de la mano de un reconocible doppelgänger; disecciona la urbe y deambula por sus calles, le practica una necropsia para luego hacerla revivir, si bien la resucita en el pasado, aunque hable del presente, elucubrada en sueños y revelaciones. 

Pero tampoco sé quién es realmente Sergio Mayor: un anacoreta, un místico o un profeta; un hombre que vive en el Sur en una cueva, un personaje salido de los relatos de Poe o Lovecraft, el amigo de los perros y las sierras, un señor que espía a las estrellas o el que se deja acariciar por el viento; no lo sé, pero sí sé que es un escritor inconmensurable, y que faltan adjetivos pues éstos no han sido inventados. No puedo decir nada más sobre su libro, pues una palabra más, o más alta una que otra tratando de justificar este texto bastaría para corromper su creación y romper el delicado equilibro que haría precipitarse todo al vacío... y yo entonces sería un farsante; pero podría escribir, para seguir dejando inconcluso este insignificante apunte, que nunca nadie ha leído nada igual a Ciudad Mori, ergo: Ciudad Mori y Sergio Mayor no existen; tampoco quienes lo han leído; sólo permanecen los que no lo leerán jamás; mi consejo es que no lo lean.