miércoles, 29 de enero de 2014

SOBRE GATOS CRONOPIOS Y SUS MASCOTAS LOS ESCRITORES

Pudiera dar la sensación que son en este caso los escritores los que eligen a sus gatos y mascotas, aunque bien observado es justo al contrario, siendo estos extraños animalitos los que los escogen a ellos.

Parece evidente que grandes escritores que han sido incapaces de convivir con sus semejantes –Hemingwayo en el mejor de los casos personas complejas que han carecido de las mínimas habilidades sociales –Bukowski–, han hallado en los gatos un fiel compañero. Algunos de ellos hasta han llegado a poseer un nombre, como Taki, la gata de Raymond Chandler, o el más famoso de ellos, Teodoro W. Adorno, el gato callejero francés, “negro y canalla” de Cortázar, y otros muchos escritores que incluso han llegado a tener más de media docena de felinos a lo largo de su vida: Twain, T.S. Eliot (autor del poemario felino El libro de los gatos habilidosos del viejo Possum que constituye casi un tratado en la materia y que ha servido de inspiración para el musical Cats), Churchill (político más que escritor) o Colette (autora de la novela corta La gata).

El gato negro, de Poe, ilustrado por Aubrey Beardsley

Entre los muchos escritores que han inmortalizado al gato como protagonista de algún escrito existen infinidad de ejemplos, como Lovecraft en su relato Las ratas en las paredes, gatos en verso como el Tame Cat de Ezra Pound, o el poemario Las flores del mal de Baudelaire, animales casi omnipresentes y en donde aparecen hasta tres poemas cuyo protagonista es un gato. Otros escritores, como Slauerhoff –también tenía uno negro–, lo han comparado con una mujer:

Como un gato blanco, tendida y desnuda
Yace al sol, en una cama de flores;
Los senos de su pecho se descubren
Como cúpulas sobre los cálices.
 
Pero no todos los gatos han salido bien parados, como Plutón, protagonsita de El gato negro de Poe, en donde el animalito es torturado y maltratado hasta límites insospechados.

W.F. Hermans

Gran cantidad de escritores en lengua neerlandesa han tenido como compañero a un gato tal y como escribe el escritor y periodista Onno Blom en un artículo que titula: El gato es un ser humano de orden superior. En 1985, el fascinante escritor W.F. Hermans publicó el libro De liefde tussen mens en kat (El amor entre el ser humano y el gato), que de acuerdo con el dicho popular sobre las vidas de estos animales, el libro consta de nueve capítulos, aunque yo nunca tengo claro si son nueve o siete, pero eso ya es otra historia.

sábado, 25 de enero de 2014

HABEMUS OPIUM: EL DEMONIO CELESTIAL

También es notable que durante todos los años que tomé opio no pillase (como suele decirse) un solo resfriado ni la más leve tos.

Es una de las muchas frases que tengo subrayadas en mi amarillento y desgastado ejemplar de Confesiones de un inglés comedor de opio, de Thomas de Quincey, ya que hacer referencia a las adicciones de los maestros de la literatura quedaría incompleta si no se hablase, aunque fuese de manera superficial, sobre el opio o alguno de sus derivados. Casi sería más sencillo enumerar qué escritores no consumieron opio o algún opiáceo en el siglo XIX que los que sí lo hicieron, relación literaria que queda bien inaugurada con el inglés De Quincey, que comenzó a tomarlo en forma de láudano en 1804 para aliviar ciertos dolores físicos (dolor de muelas) y de cuya sustancia jamás logró –o no quiso– prescindir por completo.


The Truth About Opium Smoking, obra publicada en Londres en 1882
No es casualidad que a la hora de establecer relaciones entre el abuso de sustancias esclavizantes aparezca nuevamente el sempiterno Poe, un consumidor habitual de opio, especialmente del ya citado láudano. Un apasionado del escritor norteamericano, el francés Baudelaire, no fue menos que éste en su habitual consumo, y es que el segundo, sifilítico, trataba de suavizar con el láudano los efectos secundarios del mercurio con el que trataba su regia enfermedad venérea. Y del francés a otros franceses, la pareja Verlaine-Rimbaud (Una temporada en el infierno es un ejemplo de la causa-efecto del opio) que tras hacerse amantes y arrastrados por su escandalosa relación huyeron a Londres con el fin de ahogar sus penas en los fumaderos de opio, a orillas del Támesis.
 
Willem Bilderdijk, abogado y poeta del romanticismo neerlandés, poseía tal grado de dependencia al opio que él mismo se recetaba sus propias recetas (era además hijo de un médico), aunque en lugar de tomar láudano encargaba píldoras revestidas de plata en cuyo interior sólo había opio en su más alta pureza. Pero la adicción del poeta neerlandés acabó en tragedia cuando uno de sus hijos falleció a causa de una sobredosis que él mismo le administró ante la imposibilidad de que el pequeño conciliase el sueño. 

Y sin salir de los Países Bajos, Eduard Douwes Dekker, conocido como Multatuli, comenzó tomando morfina para combatir la tos (de hecho, en la actualidad, es fácil encontrar en las farmacias un opiáceo como la codeína, excelente antitusígeno además de analgésico y sedante que crea similar dependencia que la morfina); a partir de ahí, Multatuli (magistral su obra Max Havelaar) pasó a tomar morfina como sedante y antidepresivo. Y terminando en los Países Bajos con “el más grande de todos los poetas en lengua neerlandesa” (según el escritor W.F. Hermans), Jan Jacob Slauerhoff, influido por Baudelaire y el resto de simbolistas franceses, también fumó opio durante una época, hasta tal punto que existe una enigmática fotografía en las que aparece con indumentaria oriental y tras él una gran pipa de opio. 

Dibujo de Cocteau en su Diario de una desintoxicación
La lista de consumidores puede ser infinita: Dickens, Wilde o Conan Doyle (además de cocaína, como su personaje Sherlock Holmes); pero de todos esos habituales del demonio celestial, uno de ellos resalta por encima del resto, el francés Jean Cocteau, en cuya obra Diario de una desintoxicación relata uno de sus muchos intentos de cura, si bien jamás fue capaz de ello. 

Como apunte, de la gran cantidad de libros, manuales, opúsculos y tratados, me parece acertado apuntar como libro ameno y sustancioso Opium: A Portrait of the Heavenly Demon, de Barbara Hodgson, que aporta gran cantidad de información amén de un interesante apartado en donde da detallada cuenta de otros escritores opiófagos.

Todo lo que se hace en la vida, mismo el amor, se hace en el tren expreso que se dirige hacia la muerte. Fumar opio es abandonar el tren en marcha; es ocuparse de otra cosa que de la vida, de la muerte.

J. Cocteau Diario de una desintoxicación

miércoles, 22 de enero de 2014

LA MUSA VERDE

Vidrio en forma de exigua y delicada botellita, que esconde dentro un genio, verde como el cristal que lo acoge... hada o diablillo a partes iguales. 

He continuado indagando sobre la extraña y atractiva relación entre literatura y alcohol, recordando una excelente antología de textos literarios que incluye poesía, teatro y prosa (diarios, novelas, artículos) de diferentes literatos en los que el común denominador es aquello que el mago y ocultista Aleister Crowley bautizó como la diosa verde; la absenta. El libro, escrito en neerlandés, se titula De gifgroene muze. Absint in de literatuur, (La musa de color verde fluorescente. La absenta en la literatura) editado en 2005 por Uitgeverij Bas & Lubberhuizen en Ámsterdam. Bastantes años antes, un caluroso verano también adquirí allí por vez primera unas botellitas de absenta, que si no recuerdo mal eran de un 68% de graduación alcohólica. El vidrio verdoso que contiene el embriagador líquido se construye formando bellísimas formas para retenerlo, por miedo a que su espíritu se rebele y desee salir.

De gifgroene muze. Absint in de literatuur
La absenta (o ajenjo), amarga bebida alcohólica que arrastra un ligero sabor anisado es junto al láudano –cuya base es el opio y está compuesto principalmente por vino blanco, clavo, azafrán y canela– un elemento mítico enormemente ligado a la literatura y los escritores del siglo XIX.

Alrededor de la absenta confluye todo un halo de misticismo y hasta romanticismo de la que carece cualquier vulgar sustancia actual, una bebida que ha llegado a estar prohibida en varios países, como en Francia. Aquí un artículo divulgativo de interés.

Publicidad de Lucid, actual empresa norteamericana dedicada a la producción de absenta
Resultaría infinita una lista de escritores que fueron consumidores de absenta y alardearon de ello: Wilde, Baudelaire, Rimbaud, Verlaine, Strindberg, Artaud, Gide, Cocteau (un genio esclavizado por el opio) o Slauerhoff (el poeta maldito neerlandés). En la tumba de Cortázar, en el cementerio parisino del Montparnasse, sus visitantes suelen colocar una botella de absenta sobre la lápida.

La asociación entre la absenta y los gatos –el escritor argentino era dueño de uno– ha sido una constante desde que comenzó a producirse y publicitarse la bebida espirituosa, probablemente porque el olor a hierbas que desprende la absenta sea enormemente atractivo para estos animales. En alguna ocasión también tendré que escribir lo ligados que han estado estos animales a grandes escritores.   

La antología que cito al comienzo del post comienza con una significativa cita bíblica con la que concluyo:

El tercer ángel tocó la trompeta, y cayó del cielo una gran estrella, ardiendo como una antorcha, y cayó sobre la tercera parte de los ríos, y sobre las fuentes de las aguas. Y el nombre de la estrella es Ajenjo. Y la tercera parte de las aguas se convirtieron en ajenjo; y muchos hombres murieron a causa de esas aguas, porque se hicieron amargas.
Apocalipsis, 8, 10-11

lunes, 20 de enero de 2014

ALCOHOL EN VERSO

Ayer estuve bebiendo vino; así celebré el 205º aniversario del nacimiento de Poe. Y aún a vueltas con la relación del alcohol y la literatura, recordé, mientras bebía, no a él sino unos versos de Pound. 

Nadie sabe con certeza cómo murió el poeta chino Li Po (Li Bai), si envenenado por mercurio obsesionado con la eterna juventud, o por el abuso de alcohol.

Li Po

 De similar complejidad es acertar con la causa del óbito de su amigo y también poeta Tu Fu (o Du Fu); una tuberculosis o una indigestión se barajan como causas posibles, pero nada seguro.
Du Fu
Para Ezra Pound ambos lo hicieron a causa del alcohol, y así lo expresa en su poema Epitaphs:

EPITAPHS

Fu I 

Fu I loved the high cloud and the hill, 
Alas, he died of alcohol.  

Li Po  

And Li Po also died drunk. 
He tried to embrace a moon 
In the Yellow River. 



sábado, 18 de enero de 2014

BORRACHERAS LITERARIAS Y RESACAS DE MUERTE

El académico Muñoz Molina ha publicado en El País un interesantísmo artículo sobre alcohol y literatura a raíz de la obra de The Trip to Echo Spring: On Writers and Drinking, de Olivia Laing, y que me he tomado la licencia de glosar en este post.

Afirma Molina con razón y rotundidad académica que a Laing le agrada revisar las tortuosas vidas de aquellos cuyos senderos se descarriaron hasta un fin fatal, si bien sus vidas y sus muertes se nos representan exquisitas y lo vigente resulta anodino, lo normal intranscendete, y el malditismo brota como un elemento atrayente y perturbador, como una hemorragia difícil de frenar.

Pocos encarnan tan excepcionalmente al escritor alcohólico como Edgar Allan Poe, el paradigma del sufridor y del delirium tremens que para desgracia suya no fue una pose ni una leyenda urbana sino una cruda realidad, si bien dentro de las sustancias adictivas al escritor norteamericano se le asocia a más de una, mas el alcohol se considera "su sustancia", la que le llevó a una muerte trágica, aunque a dicho ocaso se le considere tremendamente romántico, poético y literario, o todos aquellos adjetivos que se les ocurran... y no lo fuese tanto ni mucho menos.

Tan bien ha representado Poe la figura de escritor esclavizado por el alcohol, que hace unos años llegó a salir en EE.UU. una bellísima edición filatélica (de la que soy poseedor), sello, sobre e ilustración incluida en la que se le asociaba sin tapujos a su dependencia.


No resulta muy difícil citar una docena de escritores esclavizados al menos por el alcohol:
Dylan Thomas («He bebido 18 vasos de whisky, creo que es todo un record», dijo antes de morir), Malcon Lowry (soberbia y enigmática su novela Bajo el volcán, enjalbegada con sus excelsas descripciones y el mezcal), Hemingway (al hispanista Brenan le abrumaba su aplastante y etílica personalidad), Thomas de Quincey (adicto al opio con un precioso tratado sobre éste), Bukowski y Kerouac (ambos de la Generación Beat y consumidores de varias sustancias), Alejandro Dumas (excelente gourmet y bebedor nato que acompañaba su delicado paladar de exquisitos manjares), los malditos politoxicómanos Verlaine, Corbière o Rimbaud, y otros como Baudelaire, Li Po, Capote e incluso Catulo, o nuestros compatriotas Quevedo y Lope de Vega, muy amigos de las tabernas y oscuros tugurios de vino peleón. Dicen algunos estudiosos de la literatura que tanto el interbellum como tras el fin de la II Guerra Mundial fue el periodo en el que proliferaron el mayor número de literatos alcohólicos... y es probable, aunque han existido siempre.

Remata Muñoz Molina al final de su artículo a modo de rotunda moraleja: A nadie se le ocurre hacer romanticismo del cáncer y de la literatura, pero todavía queda por ahí quien asocia la bebida con el talento literario o artístico. Pero al único sitio a donde lleva el viaje del alcohol es al sufrimiento, el deterioro y la ruina.

En 1875, los restos de Poe fueron trasladados a Baltimore, donde descansan junto a los de su esposa Virginia 
Y al final, dijo Poe:  «¡Que Dios ayude a mi pobre alma!». 





miércoles, 15 de enero de 2014

EL HOMBRE TRISTE QUE SE MARCHÓ INVENTANDO

Juan Gelman (1930), el poeta argentino, se fue ayer para no volver más. Y se ha marchado no desde su Argentina natal, de la que huyó exiliado (que rima con asqueado), sino desde México D.F.. Sus típicas ojeras y su figura, propias de las de un personaje kafkiano y su tristeza contagiosa que arrastraba con motivo, reflejaban desgaste trágico y emocional. Provenía de una familia de judíos ucranianos. Ahí queda su bigote de inventor, de hacedor de palabras; adiós al humo que envolvía sus cenicientos cabellos. Adiós.



FINAL  

Ha muerto un hombre y están juntando su sangre 
en cucharitas, 
querido Juan, has muerto finalmente. 
De nada te valieron tus pedazos 
mojados en ternura.  

Del poemario Gotán (fragmento)

Este fue el primer poema suyo que leí. Y se autodesterró, como un personaje herido del Siglo de Oro, dedicando su vida a construir versos imposibles, palabras inventadas, poemarios sugerentes. Entre otros muchos, en 2007 ganó el importante Premio Cervantes y algunos hasta resumen su larga vida literaria en unos cuantos poemas. Como testamento el último de ellos, que dedicó a Joaquín Sabina.

VERDAD ES     

Cada día  
me acerco más a mi esqueleto.  
Se está asomando con razón.  
Lo metí en buenas y en feas sin preguntarle nada,  
él siempre preguntándome, sin ver  
cómo era la dicha o la desdicha,  
sin quejarse, sin  distancias efímeras de mí.
 (...)

viernes, 10 de enero de 2014

LETRAS DESDE EL MÁS ALLÁ 2/2



Pero a mi parecer aún existe otro cuarto apartado en el que estarían incluidos aquellos escritores cuyas obras resultaron inéditas en vida pero que no se les encuadra en ninguno de los tres grupos anteriormente expuestos del Olimpo Literario del Más Allá (A: escaso éxito en vida; B: rechazo por parte de las editoriales; C: escritores que han obtenido un éxito póstumo), ya en este caso hablamos de escritores consagrados que no fueron rechazados por las editoriales sino que por contra éstas quisieron subsanar su error inicial publicando su obra posteriormente, o bien los escritores no quisieron que se publicase en vida, o bien tras morir éstos la familia ha querido hacer dinero fácil gracias al renombre del autor. En esta lista encontramos a Ernest Hemingway, Tolkien, Julio Cortázar, Bolaño o al genial Pessoa, si bien a este último se le podría buscar hueco en cualquiera de los anteriores apartados o incluso crear uno exclusivo para él. Curiosamente el genio portugués apenas publicó en vida unas trescientas páginas de poemas, que no está mal, pero si se las compara con aquello que tras su muerte se ha publicado, la cantidad es ridícula, y ello no abarca sólo a obras propias, sino toda la literatura que sus trabajos han generado: un hombre de variadas vidas y personalidades.


Dentro de este cuarto apartado –un subapartado à la Groucho Marx: "La parte contratante de la primera parte será considerada como la parte contratante de la primera parte"– aparecen otros como Mark Twain, que dejaron instrucciones para que alguna de sus obras, en este caso una autobiografía, no se publicase hasta 100 años después de su muerte, siendo editado el primer volumen en noviembre de 2010 tal y como era su deseo. A otro como Canetti también se le puede enmarcar dentro de este subapartado del presente apartado, ya que por sus propias disposiciones testamentarias el resto de su obra no podrá ser conocida ni editada hasta el año 2024.
Otro caso dentro de este subapartado del presente apartado con el que estamos terminando es el de José Saramago, escritor tardío que pocos años antes de su muerte recibió una llamada de la editorial que había rechazado el manuscrito que el escritor portugués había escrito en 1952 –era su segunda novela– cuando contaba con 31 años. Saramago se sintió tan sorprendido como dolido por la falta de respeto con la que fue tratado en su día, pidiendo a sus herederos que Claraboya no se publicase hasta que él muriese, y así sucedió en 2011.

Qué duda cabe que el ser humano siente morbo y excitación por la muerte –evidentemente la ajena y lejana–, que irresistiblemente se siente atraído por la sangre y las vísceras, por las moscas y moscones que pululan sobre los cadáveres. Muy especialmente en occidente se idolatra y venera de manera casi enfermiza a los muertos, y no hay duda que la muerte y por ende sus muertos, venden mucho más que los vivos. Si muchos de estos escritores no hubiesen desaparecido nunca –fantasía improbable–, apenas serían conocidos, y por tanto casi no habrían podido vender sus ejemplares, aunque este no sea el caso de Saramago, que vendió en vida muchísimo, siendo reconocido por el público y por importantes premios, pero tras su óbito, en España las ventas de sus libros aumentaron un 70%, ¡y es que la muerte nos sienta tan bien!, y si no que se lo pregunten a Poe, Kafka, John Kennedy Toole y últimamente a Stieg Larsson, también en el plano económico, ya que su familia (padre y hermano) se han hecho de oro gracias a la trilogía del escritor, valorada en 15 millones de dólares, pero no así su compañera sentimental, que al no tener formalizada su relación le han impedido acceder a los multimillonarios beneficios, pero esto es otra historia, aunque curiosamente también tiene que ver con la muerte; todo tiene que ver con la muerte.


Nerón observa la disección de Agripina. Georges Chastellain, Miroir de Mort, France 1470 (Carpentras, Bibliothèque municipale, ms. 410, fol. 8v.

Las ventas de los trabajos de los muertos se disparan, son líderes de ventas por encima de las de los vivos, como ya sucedió con Michael Jackson. Y en homenaje a Lou Reed que no hace mucho que se fue y al otoño que ya acabó, y al invierno en el que ya nos hallamos, acabo con el eterno Poe: 

Es un visitante –me dije–, que está llamando al portal;
Sólo eso, nada más.

lunes, 6 de enero de 2014

A PESAR DE ESTO, NUNCA SEREMOS COMO SHERLOCK HOLMES

Sherlock Holmes, el genial detective inglés creado por Sir Arthur Conan Doyle ha pasado a ser de dominio público en Estados Unidos, lo que viene a significar que ya podrá ser utilizado por cualquiera sin tener que pagar derechos de autor; ya veremos en lo que realmente se traduce esto. Y todo a raíz de un caso que ha derivado en tal desenlace cuando el editor Leslie Klinger, que deseaba publicar una serie de historias inspiradas en el detective inglés, fue amenazado por los herederos de Conan Doyle con prohibir dicha publicación si no pagaba, con lo que el citado editor llevó el caso a los tribunales.



Es hablar de Sherlock, del Holmes cocainómano, (ciertamente una apreciación ligeramente exagerada), ocasional opiómano y consumidor de morfina, fumador en pipa calabash, de nulos conocimientos* en literatura, filosofía y astronomía, ligeros en política, en botánica desiguales (al corriente en opio, belladona y venenos), con conocimientos prácticos en geología y siendo capaz de distinguir las clases de tierra con un simple golpe de vista, con conocimientos exactos pero no sistemáticos en química, profundo conocedor de anatomía e inmensos en literatura sensacionalista, que posee a su vez conocimientos prácticos de las leyes de Inglaterra, amén de ser un experto boxeador y esgrimista de palo y espada... sin olvidar que sabía tocar el violín. 


Este es el sucinto currículum de uno de los personajes literarios más fascinantes jamás creados, (tan encantador como Hannibal Lecter, el caníbal de Thomas Harris nacido de su pluma en 1981) y llevado al cine en infinidad de ocasiones, desde las versiones más antiguas hasta las más recientes y pasando por la última de las series televisivas, pero a pesar de todo mi referencia icónica del personaje no se fundamenta en sus novelas, ni tan siquiera en sus películas, ni en la magistral interpretación de Peter Cushing ni en la encasilladora figura de Basil Rathbone, tampoco en la del encantador e imberbe Nicholas Rowe y mucho menos en la de Robert Downey Jr.; no, mi referencia es aquella versión animada en la que los protagonistas de Doyle eran unos perros, una serie que fue dirigida por Hayao Miyazaki y Kyosuke Mikuriya. Puede resultar curioso con tanto material literario y visual, mas esa es mi referencia.  

Y por mucho que ahora Sherlock Holmes pase a ser público nunca podrán vulgarizarlo, aunque a buen seguro que lo intentarán, pero jamás seremos como él, no ya en lo positivo, ni tan siquiera en lo malo, tampoco en los defectos, ni en los vicios... y eso duele. Larga vida a Holmes y Watson.

*Estudio en escarlata.

sábado, 4 de enero de 2014

LETRAS DESDE EL MÁS ALLÁ 1/2

Pasó el otoño, época de castañas y calabazas, un periodo eminéntemente desolador, triste, enfermizo... también literario; ya estamos en invierno, que no lo es menos. El que tenga la dicha de disfrutar del fuego de una chimenea por hallarse en lugares fríos, en esta época puede darse el placer de leer a escritores como Poe y sus cuentos macabros o poemas, o a Bécquer y sus leyendas. Para mí estas dos estaciones son en las que más me apetece leerlos, aunque con ambos no existe una época del año propicia, sino que más bien sería obligatorio leerlos una vez al mes.
Haciendo referencia al escritor norteamericano, no creo que nadie en su época se imaginase que Poe pudiera llegar a convertirse en el auténtico bestseller –ese concepto bastardo y repugnante– que hoy en día es cuando falleció prácticamente en la indigencia a causa de sus problemas de drogas y alcoholismo y afectado por una larga lista de enfermedades, amén de ser repudiado por la misma sociedad que hoy lo venera. Si bien Edgar Allan Poe estuvo trabajando para diversos periódicos en los que a duras penas se ganó la vida y el sustento diario, apenas tuvo reconocimiento literario en vida.


Aunque el concepto de éxito de aquellos años no pueda extrapolarse al actual, tan global y mediatizado el nuestro, el hecho de ser famosos desde el más allá no es un tema nuevo, algo que le ha sucedido por ejemplo a Franz Kafka, cuya obra se publicó sin excesiva relevancia en revistas y periódicos de la época, pero que Kafka sea considerado en la actualidad como uno de los más grandes e influyentes escritores de la literatura universal es en parte gracias a que su amigo y editor Max Brod no cumplió con la última voluntad (ese concepto tan mitificado) del escritor y no llegó a destruir los manuscritos que Kafka le pidió que hiciese desaparecer. Lo siento Kafka; gracias Brod.

La historia de la literatura está llena de anécdotas en cuanto a rechazos por parte de las editoriales, siendo uno de los más sonados el que aconteció a Marcel Proust con la primera entrega de su espectacular obra (no sólo por la calidad, además ocupaba siete tomos) En busca del tiempo perdido (1913-1927). Una de estas editoriales a las que le ofrecía la primera parte de su libro le contestó de esta guisa: “Mi querido amigo, puede que esté muerto de cuello para arriba, pero aun así no veo por qué un tío puede necesitar treinta páginas para describir cómo cambia de postura en la cama antes de dormir”. Ante el sistemático rechazo por parte de las editoriales, Proust acabó costeándose la publicación de esa primera parte.

Otro tercer apartado de escritores que disfrutan en el Olimpo Literario del Más Allá (A: escaso éxito en vida; B: rechazo por parte de las editoriales) es el de aquellos que han obtenido un éxito póstumo. El más reciente de ellos es el caso del escritor sueco Stieg Larsson y su trilogía Millennium, todo un fenómeno literario y el claro ejemplo de un auténtico bestseller con adaptaciones cinematográficas incluidas, pero un autor que jamás pudo disfrutar del éxito en vida. Aunque más terrible fue el caso de John Kennedy Toole, al que ninguna editorial aceptó publicar su obra, hecho que le acarreó una profundísima depresión que finalmente le llevó al suicidio. Casi una década después de su muerte, en 1980 y gracias a la insistencia de su madre, la obra fue publicada. Lo que resulta más hiriente es que en 1981 obtuviese el Premio Pulitzer.

To be continued...