lunes, 22 de diciembre de 2014

EL SPAGHETTI WESTERN DE GEORGE R. R. MARTIN

Casi 5000 malditas páginas; cinco gruesos tomos y tres meses; 12 semanas leyendo en los lugares más insospechados, en solitarias salas de espera y fríos tanatorios; en autobuses y frente al fuego de una chimenea; mientras caminaba y trasnochando para descansar en fines de semanas y fiestas de guardar y no volverme loco, o para no cortarle el cuello a nadie. Yo mismo estoy asombrado de haber sido capaz de leer nuevamente una novela fantástica (desde que con 14 años leyese a Tolkien y me prometiese entonces no leer a nadie más en su género, pues éste era insuperable). Sorprendido al mismo tiempo por leer una novela tan enrevesada y folletinesca (que en ocasiones me recordaba a Dumas), y porque a mí que siempre me ha gustado ir a contracorriente, al final he leído lo que parece que todo el mundo dice y aparenta haber leído, dejándome llevar por esa corriente, que todo lo arrastra, pero que en esta ocasión y sin que sirva de precedente ha merecido la pena. 

Me estoy refiriendo a la saga literaria de Canción de hielo y fuego, conocida en su versión cinematográfica como Juego de Tronos y escrita por George R. R. Martin, un escritor que posee ciertas similitudes con Tolkien y no sólo en el nombre (las R. R. del apellido), también en ciertos aspectos literarios. Puede que Tolkien haya encontrado por fin un digno sucesor... pero entre ambos existen muy notables diferencias.

George R. R. Martin
La valoración final tras la lectura de los libros escritos hasta ahora por Martin y el visionado de la versión para la pequeña pantalla, me ha llevado a imaginar la historia como un western, más en concreto como un spaghetti western. Y es que temprano su línea argumental rompe con el molde clásico de literatura fantástica (y no fantástica) cuando Martin decide que a Ned Stark, el hombre más decente de la historia hasta ese momento, hay que cortarle la cabeza. Como si Tolkien hubiese prescindido en sus primeros capítulos de Aragorn, Frodo o Gandalf, algo que por cierto sí hizo con Boromir. Y esa característica es propia de los spaghetti.

A partir de ahí se da a entender que cualquier acontecimiento puede suceder y que todo ser viviente es susceptible de ser asesinado de manera salvaje, cambiando el sino de la épica en la que los buenos siempre ganan y derrotan a los malvados, y con ahínco traza la lógica perfecta de un spaghetti western: sucio, bizarro, repleto de violencia y saña desmesurada (el que no conozca el subgénero que se siente a ver la incalificable Oro maldito), ausencia de ética ni moral alguna en donde los malos acaban venciendo y sólo al final se atisba que acaso algún «bueno» o «medianamente bueno» pueda ser el vencedor en esta enmarañada historia.

Tolkien es como John Ford: pulcro, decente, siempre señalando al valiente y ensalzando al héroe, pero al mismo tiempo encumbrando al antihéroe bondadoso y puro de espíritu (como Stoddard en El hombre que mató a Liberty Valance, o como Frodo, Bilbo, Sam... o por poner otro ejemplo, pureza necesaria que en la saga de Dragon Ball sólo se hallaba en Goku y era el único que podía navegar sobre la nube Kinto), empequeñeciendo al ruin, como también hacía Raoul Walsh (tuerto como Ford) o Howard Hawks. Mientras, Martin, sería al cambio un Corbucci, un Leone o bien un Castellari en donde la falta de escrúpulos es una seña de identidad del personaje principal. La obra del norteamericano, con su estilo folletinesco y enumerando linajes y casas, sus alianzas, traiciones, engaños y ambiciones, se asemeja a una suerte de House of Cards medieval.

El Muro
El final de este sin fin de crónicas (y secretos), vertebrado por un apasionante elenco de personajes e intrahistorias perfectamente trenzadas, parece incierto, aunque adivino que en ese empeño de abolir el género clásico de evidentes y bien diferenciados dualismos antagónicos de buenos-malos y héroes-antihéroes, el bastardo, el tullido y un enano (menos ducho en el manejo de las armas pero más perspicaz, agudo e inteligente que el Gimli de Tolkien, brillante y también ejemplo maquiavélico) tendrán la última palabra, sin olvidar la figura femenina que en esta novela río se adivina fundamental y pisoteará el género en el que a Tolkien se le ha criticado por su casi ausencia de personajes importantes femeninos, pues el papel de una mujer se aparenta determinante en el devenir y final de la saga de Martin.

Y volviendo al western, a buen seguro que la realidad del viejo oeste se asemejaría más a los sucios y violentos spaghetti de Corbucci o Leone que a aquellos idealizados filmes dirigidos por los Ford, Walsh o Mann... así como la Edad Media sería más parecida a la de Martin que a la del bueno de Tolkien.

Recuerden: un tullido, un bastardo o una mujer gobernarán los Siete Reinos, y me inclino por estos dos últimos... Bienaventurados los puros de espíritu, porque serán ellos quienes se sienten en el Trono de hierro, digo yo.  Una mujer... Una niña.

1 comentario:

  1. Me ha gustado el texto, aunque no puedo hallar ninguna similitud entre Tolkien y Martin, ni tampoco encuentro nada puramente medieval en el mundo de Tolkien.

    La comparación de Martin con el western, en cambio, muy buena.

    Saludos.

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