miércoles, 24 de septiembre de 2014

DEUS SIVE NATURA (O EL ARTE DE PULIR IDEAS)

Los libros no suelen tener varios propósitos, en la mayoría de casos uno solo (suficiente si son capaces de entretener), o a lo sumo dos; en otros se dan varios, múltiples e infinitos objetivos. Termino de leer una biografía acerca del filósofo Baruch Spinoza (1632-1677), figura que para mí ha tenido desde siempre un encanto especial, puede que por esa fijación personal hacia los intelectuales desterrados, incomprendidos, repudiados... como en cierto sentido lo fue él.

Baruch Spinoza (ca. 1665)
Baruch Spinoza (ca. 1665)

Con los libros suelo establecer relaciones que van más allá de aquellas que se fundamentan con lo simplemente material, como ese que leí triste en un avión y sólo ver su portada me produce acidez de estómago, o aquellos otros que trato de no abrir demasiado sus hojas y mucho menos tocarlos con las manos sucias, y me producen todo lo contrario. Este que acabo de leer no llegué a comprarlo cuando hace diez años se publicó en nuestro país y el libro se me escapó mes a mes. Hace años intenté buscarlo con ahínco, pero fue en vano. Obsesionado con la infructuosa búsqueda, este verano me dispuse a saldar mi deuda con el libro, pero el ejemplar ya no estaba disponible en castellano (ni nuevo ni de segunda mano; ¡extraño! o puede que nadie quiera desprenderse de una joya así), por lo que lo compré en inglés.

Steven Nadler, su autor, es un experimentado profesor de filosofía y una auténtica eminencia en la vida y obra de Spinoza, probablemente su mayor especialista que con esta inconmensurable biografía ha conseguido no sólo escribir la mejor semblanza del filósofo neerlandés, sino a su vez trazar y exponer de forma magistral, con un lenguaje conciso y sencillo al tiempo que clarificador, una radiografía precisa del siglo XVII de los Países Bajos.  

En Una habitación en Holanda, un librito del francés Pierre Bergounioux de apenas noventa páginas, a camino entre el ensayo y la historia, su autor fantasea con un joven Spinoza que bien pudo cruzarse con el filósofo Descartes (recomiendo la biografía firmada por Richard Watson titulada Descartes: el filósofo de la luz), situando con un argumento sólido la cuna de la razón occidental y de la política europea en ese diminuto país que algunos (mal)llaman Holanda, los Países Bajos:

Quedaba una estrecha franja costera, a orillas del Mar del Norte, donde experimentar la aptitud del hombre para formar pensamientos ciertos, para llegar a ser, con el mismo gesto, "como dueño y poseedor" de la naturaleza. (Bergounioux, p 91).

Spinoza, judío sefardí, nació en Ámsterdam en 1632. Su familia procedía de España, en concreto de Espinosa de los Monteros (Burgos). En el siglo XV tuvieron que emigrar huyendo primeramente a Portugal y más tarde a otros países europeos, hasta que su padre, comerciante, recaló en la ciudad de los canales. El joven Spinoza se crió en el barrio judío, en las mismas calles en las que Rembrandt tuvo su casa entre 1639 y 1658. Evidentemente hablaba neerlandés, pero su idioma materno y con el que pensaba y sentía era el ladino y el portugués. Como estudioso de la Torah conocía el hebreo y hasta elaboró una gramática, y por supuesto, como erudito, dominaba el latín. Vivió modestamente, pero a pesar de ciertas penurias económicas no se dejó seducir ni tan siquiera ante el confortable ofrecimiento de ocupar un puesto como profesor universitario con una cátedra de filosofía en la Universidad de Heidelberg y con ello tener una vida más fácil.

Para sobrevivir pulió lentes (y aunque falleció de tuberculosos el polvo que brotaba de dicha tarea también minó su salud), siendo reconocido por eminentes científicos de la época, como Christiaan Huygens, astrónomo, físico y matemático, que lo llamaba el "Judío de Voorburg". Algunos han querido ver en él el precursor del ateísmo y el gran intelectual pionero de la negación absoluta de Dios; en definitiva: el hereje que encumbrar a los altares del ateísmo. Pero si bien es cierto que Spinoza fue excomulgado por afirmar (entre otras aseveraciones) que la Torah no estaba ni dictada por Dios ni tan siquiera únicamente redactada por Moisés, rehusaba y hasta se sentía molesto de ser calificado como ateo pues él no se consideraba así.

Steven Nadler nos regala una deliciosa semblanza sobre Spinoza y la comunidad judeo-portuguesa (sefardí, o mejor dicho judeo-española, pero el litigio de los Países Bajos con la Corona Española hizo que no se denominase así) de Ámsterdam (y otras ciudades europeas) y el ambiente político, social y cultural de las ciudades neerlandesas del siglo XVII (grandes y también las menos pobladas), y por ende de la Europa moderna de la época, aportando suculentos detalles sobre el filósofo y datos muy esclarecedores de enorme transcendencia, que tras su lectura dejan un denso poso final que aun pasadas las semanas y los meses se sigue saboreando con delectación; es en definitva una obra maestra. Para el estudioso de la vida en los Países Bajos durante el Siglo de Oro quiero citar la obra de Lotte van de Pol acerca de la prostitución en la Ámsterdam en los siglos XVII y XVIII: La puta y el ciudadano, y Los ojos de Rembrandt, de Simon Schama.

Los libros no suelen tener excesivas aspiraciones, aunque es suficiente si son capaces de entretener o distraer al lector; otros, en cambio, son insustanciales y banales. Éste, del tándem Spinoza-Nadler, posee diversos e ilimitados objetivos... es exquisito y delicado, casi como las lentes que pulía el filósofo.

P.D.: En muchas ocasiones me pregunto cómo sería España (social, económica y culturalmente) si no se hubiesen visto obligados a marcharse aquellos prósperos serfadíes de la Penínusla Ibérica. 


viernes, 5 de septiembre de 2014

NICANOR PARRA Y SUS CIEN AÑOS DE MATEMÁTICAS

 
Considerad, muchachos, 
esta lengua roída por el cáncer: 
soy profesor en un liceo obscuro, 
he perdido la voz haciendo clases. 
(Después de todo o nada 
hago cuarenta horas semanales). 
¿Qué les dice mi cara abofeteada? 
¡Verdad que inspira lástima mirarme! 
Y qué decís de esta nariz podrida 
por la cal de la tiza degradante. [...]

AUTORRETRATO

En el instituto yo odiaba intensamente las matemáticas; me gustaba la literatura, y la poesía... poco más. Observaba al profesor de la abominable materia e imaginaba que sólo le gustaría leer libros sobre quebrados y figuras geométricas. Así que jamás hubiese pensado que esa ciencia deductiva que estudia los números, logaritmos, senos y cosenos, pudiera tener mucho vínculo con las letras.

Y un día encontré en casa de mis padres algunos números (que hoy aún conservo) de la revista cultural El Ciervo, en concreto el de marzo de 1992. La revista me interesaba en principio sólo porque hablaba de Tolkien. Y cuando terminé con el artículo sobre el escritor inglés me encontré casualmente con algo que decía más o menos así: «Nicanor Parra, el antipoeta». Aquello me extrañó y asustó a partes iguales. Acto seguido leí que era profesor de física y matemáticas, y ya me quedé más tranquilo: «Por eso no le gusta la poesía; es un antipoeta», me dije. Luego sí me sobrevino una especie de duda poético-existencial, pues leí a conciencia sus poemas y me fascinaron, con esa frescura en cada verso, su sarcasmo, la ironía y su hartazgo de todo, sin concesiones ni florituras para la galería.

Nicanor Parra (1914)
Durante unos años lo olvidé (no así las matemáticas, que todavía hoy me persiguen) para después volver a pensar en él, pero creí que ya estaba muerto. Y con alegría supe que aún vivía, pero entonces deduje con pena que no le quedaba mucho de vida, y también me equivocaba: hoy cumple 100 años, pero no me creo que tenga tantos... o tan pocos. El Premio Cervantes decidieron concedérselo casi un siglo después de su nacimiento; estaban muy seguros de su longevidad, pero es que los premios son así de inteligentes, aunque algunos escritores prefieren morir antes de que le otorguen ninguno.  

Puede que alguno crea que porque el chileno sea matemático y físico estas disciplinas tienen algo que ver con la poesía, y debe decirse que NO; y por si alguno se pregunta si al leer a Nicanor Parra, como sucede en esas películas hollywoodenses (sí, parece que se escribe así) me hice matemático o quise entrar en la NASA, la respuesta es NO, TAMPOCO. Aún me producen escalofrío los números, pero nunca un antipoeta fue tan poeta, y gracias a Parra sé que nada tienen que ver los números con las letras. Felicidades, y que vivas un siglo más.

[...] Pero qué es poesía 
Todo lo que nos une es poesía 
Sólo la prosa puede separarnos [...]

QUÉ ES POESÍA