viernes, 20 de noviembre de 2015

T. S. ELIOT EN ESTADO CRÍTICO

Es tan inconmensurable el rol que Thomas Stearns Eliot ha jugado en la poesía universal e incluso en la dramaturgia, que su excelsa pericia como crítico literario queda en muchos momentos sepultada y aniquilada hasta caer casi en el  olvido. Y esta amnesia a la que hago referencia queda refrendada en la dificultad de encontrar sus libros de crítica y ensayos en castellano, o bien porque jamás se han editado o por estar descatalogados desde hace años.

Si hace un tiempo me introduje con enorme regocijo en los ensayos de Eliot con La aventura sin fin, de la mano de Andreu Jaume con una edición soberbia (traducción de Juan Antonio Montiel), cayó en mis manos hace poco Sobre la poesía y los poetas (Editorial Sur, Buenos Aires, 1959), un libro fatigado, desgastado y amarillento, con olor a polvo y humedad, pero de una clarividencia más moderna y certera que aquella sobre la que nuestra consciencia como lectores y creadores se erige. T. S. Eliot fue uno de los autores adscritos al New Criticism, una corriente de la teoría literaria fundamental para entender la literatura del pasado siglo XX.

Para entender el New Criticism
Sobre la poesía y los poetas está estructurado en dos partes bien diferenciadas:  en la primera de ellas aparenta ser una especie de teoría de la poesía, mientras en la segunda detalla la vida y obra de creadores como Yeats, Virgilio, Shakespeare, Milton, Goethe... tocando otros aspectos como el verso libre. Debe explicarse que en La aventura sin fin aparecen muchos de estos ensayos, pues éste es algo así como una suerte de antología crítica y ensayística de Eliot que buena falta hacía en lengua española.

Si existiera –o quizá ya existe– una carrera universitaria que en exclusividad versase sobre la poesía, a buen seguro que los ensayos y críticas de Eliot con piezas como «¿Qué es un clásico?», «La función social de la poesía» o «Las fronteras de la crítica», supondrían la base sobre la que se asentaría el estudio de la poesía occidental, de tal forma que las palabras que lo componen son una verdad axiomática o un dogma inquebrantable. Eliot fue y aún lo sigue siendo una autoridad en la literatura anglosajona que de paso le llevó a revisar toda la literatura occidental mediante una labor pedagógica y  didáctica en la que trató de determinar los límites y problemas de la poesía, cambiar los hábitos de lectura poética, definir conceptos y en definitiva limpiar la broza del grano allanando la labor de los futuros lectores y críticos literarios.

Eliot en el año 1926 a las puertas de la editorial Faber a la que entró a trabajar un año antes
No es esta la primera ni será la última ocasión en la que irremediablemente mi camino me lleve hasta Eliot, el mejor y más influyente poeta del siglo XX y uno de los más grandes de todos los tiempos, heredero de los Dante, Blake, Milton, que a su vez llevó a cabo una labor crítica brillante y exhaustiva cuyas ideas aún siguen y seguirán siendo vigentes para las futuras generaciones.

Mientras tanto, en estos días y lejos aún del mes de abril –el más cruel de todos–, volveré a mi encuentro anual (que empieza a ser semestral) con La tierra baldía, en esta ocasión con la versión de José María Álvarez*, dos autores nacidos desde la misma poética y naturalmente emparentados, si bien en mi opinión Álvarez es ligeramente más poundiano que eliotiano.

*Traducción que apareció en primer lugar en 1987 en la Revista Barcarola, y posteriormente en Renacimiento. Revista de Literatura (en 2008).

jueves, 29 de octubre de 2015

PANÓPTICA PRIMERA (CU4TRO PANÓPITICOS). LA GALLA CIENCIA

Acaba de ver la luz otoñal el número cuatro de la revista de poesía La Galla Ciencia. Cuando ciertos gurús y falsos profetas presagiaban un oscuro futuro para el papel encuadernado, cinco intrépidos visionarios (Joaquín Baños, Vanessa Castaño, Noelia Illán, Samuel Jara y Daniel J. Rodríguez) se pusieron manos a la obra para contradecir a los repugnantes agoreros. Y no era sencillo resucitar el amor por la revista literaria y menos aún de poesía en un mundo engullido por lo digital: tan vulgar, rastrero; tan predecible.

A mí siempre me han fascinado las revistas literarias (y de esa fascinación surgió un humilde fanzine: Ravenswood Magazine), y en especial las de poesía, con sus textos vírgenes, nunca antes leídos por nadie, páginas rebosantes de poemas extraños, surgidos de lugares recónditos, en situaciones inverosímiles, hasta versos con formas imposibles, caligramas, construcciones vanguardistas como los de Joan Brossa en la revista Dau al Set. Hace décadas los poetas difundían en las revistas literarias parte de su obra, como un anticipo a un libro futuro, si bien incluso la publicación de la monografía resultaba secundaria o no se producía hasta mucho más tarde; para el bibliófilo, la edición en una revista de un poeta famoso puede ser hasta más valiosa que el propio libro.

Recuerdo en este momento al poeta Hugo Claus publicando en esa famosa revista de poesía vanguardista Tijd en Mens; o a Slauerhoff, que publicó en revistas no sólo poemas, también hizo lo propio con su opera prima: El reino prohibido, que vio la luz en diez entregas en la revista Forum antes de aparecer en forma de libro en noviembre de 1932; o como no, The Criterion, la legendaria revista fundada y editada por T.S. Eliot y en donde por vez primera La tierra baldía sorprendió al mundo. En España, La Revista de Occidente, fundada por Ortega y Gasset es toda una institución que aún sigue apareciendo mensualmente, al igual que El ciervo, aunque ninguna de éstas esté especializada en poesía.

The Criterion, nº 1(1922), en donde aparece por vez primera La tierra baldía.
La Galla Ciencia inició su andadura en febrero de 2014 con una periodicidad semestral. Ya desde su primer número contó con el importante apoyo de poetas y escritores (que no institucional, ¡faltaría más!), como por ejemplo el tristemente fallecido Paco Miranda Terrer (al que se le dedica este número cuatro), o nada menos que su eminencia José María Álvarez, Prince des Poètes. Y en esos primeros números ya admiré y disfruté con delectación las páginas de esta revista de nombre equívoco, sin llegar a pensar que yo mismo formaría parte de ésta en un futuro no tan lejano.

Si en su número DOS (octubre 2014) incluían el poemario El amor y media vuelta de Roger Wolfe, en el TRES (marzo 2015) recogían más de un centenar de poetas sudamericanos bajo el título La Nación generosa: 111 rutas al otro lado de mar, una tarea titánica que contó con las ilustraciones de Daniel Bilac, pues es marca de la casa el cuidado tanto del contenido como de la estética. Era harto difícil, pero la revista ha sido capaz –nuevamente– de renovarse aun inmersa en una originalidad, innovación y modernismo imposible de superar para transformar el CUATRO en un número doble: por un lado Limpios de carcaúba, ingeniosa idea en la que poetas vivos traducen a poetas vivos (salvo un par de salvedades); y por otro lado Panóptica primera, una antología de cuatro nuevos poetas.

Llama la atención de manera poderosa los singulares y sugerentes títulos que vertebran este último número. Aclarando el término, panóptico (dicho de un edificio) es la edificación construida de modo que toda su parte interior se pueda ver desde un solo punto, y que según Joaquín Baños –uno de los alquimistas de la revista– «hace referencia a esa visión multicardinal que tenemos de la poesía y de los cuatro autores jóvenes que conforman esa parte».

Panóptica Primera. Octubre 2015
Al leer los textos de los cuatro panópticos (si se me permite acuñar esta acepción) que formamos esta parte, uno percibe que no existe un estilo claramente común ni vínculo estético entre los cuatro, algo que también puede extenderse a las fuentes en las que nos basamos y poetas que nos influyen a la hora de componer: completamente dispares entre sí; en definitiva, cuatro voces muy distintas pero que poseen la particularidad de eclosionar en un momento y tiempo concreto y bajo mi punto de vista diferencias que enriquecen esta antología.

Para los amantes de la numerología, el cuatro (el 4, o el CU4TRO), es mucho más que un simple número; para los pitagóricos el cuatro era un símbolo esotérico que representaba los cuatro elementos (tierra, aire, fuego, agua); en la tradición cristiana su significado es múltiple (como ejemplo los cuatro evangelios); o el nombre de Dios, que en todas las grandes religiones está compuesto por cuatro letras. 

Según la línea editorial, los cuatro poetas panópticos (Valeria Canelas, María M. Bautista, Pablo Velasco Baleriola, y el que suscribe estas palabras) presentan una poesía renovada y/o novedosa (aunque es difícil extirpar la «novedad» en poesía) ejemplificada en una serie de textos (inéditos). El cuatro aparenta ser un simple número al azar, pero al final resulta ser mucho más que eso, encerrando un intento de equilibrio de estilos dispares y diversos, procedentes de diferentes partes de España e incluso de Sudamérica (Valeria Canelas) y confluyendo en una armonía de géneros (en todos los aspectos): dos hombres-dos mujeres. El mayor de los cuatro soy yo, Pablo Velasco el menor, y entre ambos Valeria Canelas y María M. Bautista, con un aspecto común entre todos como es el de dar a conocer nuestra poesía y obra desde una época reciente: dos o tres años a lo sumo; en mi caso concreto desde octubre de 2013. Cada uno cumple un rol sin saberlo, y al leer los textos como un todo indivisible, es cuando se descubre el aspecto diferenciador pero paradójicamante también aquello que desde esa diferencia nos une.


Mi sección, titulada El hierro de la lengua marchita está compuesta de tres partes. La primera responde a un poemario que será editado en los primeros meses de 2016 y fue escrito en 2013 durante un viaje a Grecia, principalmente a la grandiosa e inconmensurable Atenas, y a Halkida (la antigua Chalkís), en la isla de Eubea y alrededores, lo que a la postre no fue sólo un viaje físico, sino un viaje interior, espiritual y sobre todo poético que dio como resultado la gestación y alumbramiento de un cuaderno de bitácora en forma de poemario. La segunda parte presenta versos de un nuevo poemario (aún inconcluso pero muy avanzado), que comencé a escribir en 2014 y sigue la estela de los poemas que forman la primera parte, pero alejándose de éstos de forma paulatina conforme el tiempo de composición avanza. La tercera y última parte, titulada Más vale cien pájaros en mano, que buitre volando (Filosofía personal de un mundo ordinario) pertenece a mi cuaderno personal de apuntes de donde brotan muchos escritos y poemas futuros, una suerte de anotaciones, aforismos, pensamientos, poemas huérfanos de poemario, reflexiones, apuntes literarios, versos sueltos... que para mí son esenciales para escribir.
Convocatoria (osada) para su presentación en Madrid.
Y esta es La Galla Ciencia: una publicación tan hermosa como atrevida y rompedora, con un punto de necesario clasicismo pero hipermodernista y singular, sin analogía posible no en España, me atrevo a decir que fuera de nuestras fronteras. Nació para aglutinar todas las tendencias y voces poéticas sin exclusión; una publicación que si no lo es ya, se convertirá en breve en una revista mítica. Que siga, por muchos años, que siga cacareando. 

viernes, 25 de septiembre de 2015

RIMBAUD, EL POETA QUE CAMBIÓ LA POESÍA

A Arthur Rimbaud, a sus cuatro hermanos y a su madre los abandonó su padre, capitán de infantería, cuando el ya poeta contaba con seis años, y afirmo “ya poeta” pues con esa edad  compuso sus primeros versos. Su vida fue una huida constante, una frenética fuga repleta de romántico salvajismo.

 Arthur Rimbaud (1854-1891)

Su trayectoria poética fue casi tan corta como su vida, si bien sus escritos y su leyenda se agigantan hasta tal punto de ser una referencia sublime y un mito entre los poetas. Rimbaud encarna a la perfección el poète maudit más rotundo: pendenciero, consumidor de todo tipo de drogas y sustancias entre las que destaca el opio y el hachís, adorador y borracho de absenta, rebelde, crápula, faltón y macarra, precursor del absentismo escolar, y como no, recordar su escandalosa relación homosexual con otro maldito: Paul Verlaine, que abandonó a su mujer e hijo pequeño para en septiembre de 1872 huir a Londres con el imberbe poeta, que no contaba entonces ni con dieciocho años. El envío de El barco ebrio tuvo la culpa (o no) de que se conociesen. 
 
(...) Iba, sin preocuparme de carga y de equipaje, 
con mi trigo de Flandes y mi algodón inglés.
Cuando al morir mis guías, se acabó el alboroto: 
los Ríos me han llevado, libre, adonde quería.  

En el vaivén ruidoso de la marea airada, 
el invierno pasado, sordo, como los niños, 
corrí. Y las Penínsulas, al largar sus amarras, 
no conocieron nunca zafarrancho mayor. (...)

EL BARCO EBRIO


Entre las muchas anécdotas que sufrieron, se dice que la pareja malvivió en la capital inglesa sobreviviendo gracias al dinero de la madre de Verlaine, puesto que las clases particulares de francés que impartían no daba para mucho, y en esa vida miserable, Rimbaud se las ingenió para pasar los días en las cálidas y acogedoras salas del Museo Británico alejado del frío y humedad del Támesis. La relación acabó, y Verlaine regresó a Bruselas con la esperanza de que su mujer lo perdonase. Rimbaud apareció y aquello acabó como el Rosario de la Aurora: Verlaine borracho disparó en la mano de su antiguo amante. Debemos agradecer a aquella relación que Rimbaud compusiese Una temporada en el infierno, una obra maestra del Simbolismo. El amor ente ambos parece que no se terminó ahí, y años después volvieron a verse en Alemania recordando los buenos tiempos de Londres.

De mis antepasados galos, tengo los ojos azul pálido, el cerebro pobre y la torpeza en la lucha. Me parece que mi vestimenta es tan bárbara como la de ellos. Pero yo no me unto de grasa la cabellera. 
Los galos fueron los desolladores de animales, los quemadores de hierbas más ineptos de su época. Les debo: la idolatría y la afición al sacrilegio; ¡oh! todos los vicios, cólera, lujuria, la lujuria, magnífica; sobre todo, mentira y pereza.

UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO


Abandonada la poesía, su huida le llevó a nuevos países: Java, Chipre, Yemen... y diversas profesiones: profesor, soldado, agente de una compañía, contrabandista... De una supuesta artritis en su rodilla derecha pasó a una sinovitis y más tarde a un carcinoma que terminó con la pierna amputada. El 10 de noviembre de 1891, murió en Marsella (Francia) a los 37 años.

(...) ¡Hueste extraña de gritos justicieros 
el cierzo se ha metido en vuestros nidos! 
A orilla de los ríos amarillos, 
por la senda de los viejos calvarios, 
y en el fondo del hoyo y de la fosa, 
dispersaos, uníos. (...)

LOS CUERVOS


Vidas al límite (1995), dirigida por Agnieszka Holland

No es un milagro lo que marca la trayectoria literaria de Arthur Rimbaud, que ya a los seis o siete años escribía prosa y a los diez auténticos poemas, abandonand antes de los diecinueve años su vida literaria. No, no es un milagro que hoy se le recuerde, porque en literatura no existen lo antinatural: Rimbaud poseía un talento fuera de lo común, que no necesitó de más tiempo para demostrar su valía. Era maldito: así nació, así vivó, y murió así. Merci maudit! 

viernes, 31 de julio de 2015

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ: EL ÚLTIMO EXÉGETA DE LA ILÍADA

Con todo lo que llevo escrito 
se verá que yo soy partidario 
del caviar con un gran vino.

NÉSTOR LUJÁN


Sus ojos reflejan el mar azul puro y endurecido de las olas que surcó Ulises; su pluma interpreta con precisión los regueros de sangre y muerte de la Grecia antigua, pero también el mundo moderno y decadente, y como no, el placentero. A José María Álvarez (Cartagena, 1942) resulta casi imposible compararlo con otros poetas, ni con los vivos ni con aquellos que ya alimentan las malvas de los camposantos, titánica tarea la de disociar al Poeta y su Poesía, un todo granítico, denso, inseparable e incorrupto.

José María Álvarez (1942)
De un dilatadísimo recorrido como constructor de versos y traductor (siempre digo, parafraseando a Blondie "el bueno", que el mundo se divide en dos: los que escriben Constantino Cavafis, y los que lo escriben Konstantino Kavafis; y yo soy de los últimos, por Álvarez), viajero, maudit y residente en múltiples ciudades, sus trabajos aguijonean con saña al lector, que acaba por hipnotizarlo y seducirlo.

Pensad en Troya. 
                                      La historia es 
conocida: El viento 
de la destrucción arrasando 
sus murallas, el hierro griego que traspasa 
la carne de sus hijos, la peste de la muerte, 
los alaridos bestiales de Casandra. 
(...)

LA BELLEZA DE HELENA


En el poeta de Cartagena (y también de Venecia, Roma, París, Estambul...), los poetas de otrora enarbolan su voz, como brotando de las entrañas de un experimentado ventrílocuo: Eliot, Pound (un poco más de éste que del anterior), Kavafis, Homero, Stevenson, Baudelaire... mas con tesituras diferentes, únicas, rasgando la hoja sobre la que se asienta el poema, ardiendo y crepitando, pero a la vez con una poética singular y sin el más leve atisbo de comparación. Otros trovadores conviven en él, y el cine, el humo del tabaco, y Mozart, Lester Young, y el jazz que se paladea a altas horas de la madrugada, cuando el whisky queda aguado en un vaso ya sin fondo.

Inusual en la poesía en lengua española, Álvarez es fiel heredero del modernismo anglosajón, adalid de la vanguardia patria y rupturista con la tradicional estética de la forma (con él perdí mi complejo a creer que yo mismo incluía demasiadas citas en la introducción de mis poemas; fue un alivio) y el lenguaje.

(...)
Y la ciudad olvidó. 
Así pasarán éstos que ahora asolan 
sus piedras, y pasarán sus hijos, 
y nosotros que contra ellos 
nos levantamos. Los mismos pájaros limpiarán todos los huesos. 
Y la ciudad olvidará.

INVASIÓN DE LOS BÁRBAROS


Hay libros que se compran y se olvidan sin ni tan siquiera ser leídos, porque es necesario poseerlos; otros, se leen pero también se les abandona en una orilla, y mueren en la languidez de la vida de su propietario; y existe otra especie –poemarios en este caso– que se leen y releen con pasión y sus versos muestran en cada ocasión nuevos mundos y matices, algo que ocurre con Museo de cera (1970, 1974, 1978, 1984, 1990, 1993 y 2002), un poemario tan bíblico como homérico (así lo definiría –seguro– Michaeleen Oge Flynn), gigantesco y salvaje, crepuscular (en el concepto de Sam Peckinpah), camaleónico, épico e inmortal, que crece y crece hasta dar la sensación de que sus versos y páginas terminarán por engullir al lector, un híbrido entre el Ulises de Joyce y el Moby Dick de Melville: ¡monstruoso! (y no sólo por su vastedad): de leyenda.
 
(...) Baluartes 
con carne herida que el sol pudre. 
Olor de sangre. Polvo 
amasado con sangre. Huesos sin tumba. (...)

JORGE MANRIQUE (O DOCTRINAL DE LOS CABALLEROS)


Es altamente recomendable que en cada ocasión que uno zarpe lejos, a más de doscientos kilómetros fuera del hogar, eche Museo de cera en la maleta; un poemario como guía de viaje en donde se podrá hallar todas las soluciones a los problemas que nuestra odisea particular nos pondrá en el camino, sobre todo si se cruza el mar, o es nuestro destino final.


Acostumbro en la tarde a pasear 
cerca de las naves llegadas al puerto. 
Contemplo el mar, los pájaros. 
Estoy envejeciendo. 
Olvidadme.
(...)

ELEGÍA

jueves, 16 de julio de 2015

HAY UNA LUZ REMOTA. POEMAS PARA VALENTE, QUINCE AÑOS DESPUÉS

El próximo dieciocho de julio se cumplen quince años de la muerte del poeta José Ángel Valente, sin que en todo este largo tiempo –puede que un ciclo corto en términos literarios–, su hueco haya podido ser cubierto por nadie, sino todo lo contrario: el abismo crece, y crece sin fin ni remedio.

Valente en su casa de Almería © El País
En la vida de Valente, varias fueron las ciudades que marcaron su devenir personal y literario, alumbrando de manera radical su obra, pero sin duda alguna que fue la última de ellas la que se erige como fuente y esencia de la parte final y clave de sus escritos: Almería.

Aunque se le encasilla –más por un aspecto cronológico que estético-literario– en la "Generación del 50" (Barral, los hermanos Goytisolo, Gamoneda, Gil de Biedma o Caballero Bonald), pronto se aleja de ésta para trazar su propio y personal camino, haciendo un viaje interior ya sin retorno, en una búsqueda de la esencia mística de varias culturas: la cábala, el sincretismo místico y por supuesto el misticismo cristiano con el rescate de autores como San Juan de la Cruz y Miguel de Molinos.  

Fue en 1985, aconsejado por Juan Goytisolo y en la necesidad de un clima más benévolo para su salud, cuando se instala hasta su muerte en Almería, si bien su deceso se produciría en Ginebra. Es en esa tierra desértica en donde conceptos tan valentinianos como luz, pájaro, mar, fuego, desierto, vacío... toman apariencia física y a la vez espiritual. Fue ésa, su última etapa, la que asienta la poética del escritor gallego, dando a luz los transcendentales poemarios Al dios del lugar (1989), Treinta y siete fragmentos (1989), No amanece el cantor (1992) –en cuyas páginas, de un profundo carácter elegíaco, su hijo muerto es evocado de forma amarga y sin consuelo–; y finalmente, el póstumo Fragmentos de un libro futuro (2000).

Cuando hace unos meses preparábamos nuestro magazine literario, tomó forma la idea de editar un especial sobre Valente coincidiendo con el 15º aniversario de su muerte, en el que se evidenciaría su relación con Almería, con sus ásperos paisajes, cabos y desiertos... mediante poemas, fotografías, artículos y dibujos... pero transcurridas unas semanas y dada la cantidad de poemas personales que yo poseía en los que citaba de manera directa o indirecta al poeta, se decidió editar la plaquette Hay una luz remota. Poemas en torno a José Ángel Valente.


  

Beber tu sed,                    
                       ansioso,     
engullir famélico     
tu lengua y despojos,     
como mar que erosiona     
el aliento de la    
roca:     
y el naufragio estrepitoso                   
                                         del sueño. 

***

Como colofón, hace unos meses tuvo lugar la ansiada apertura de su mítica casa, convertida en museo, un lugar en donde da la sensación de sentir aún la presencia del poeta gallego, que ha decidido quedarse para siempre allí. La luz no basta... o puede que sí.

sábado, 2 de mayo de 2015

CHARLES SIMIC O EL TRIUNFO DE LA COTIDIANEIDAD POÉTICA

Entre las infinitas características y bondades que nos regala la poesía, una de ellas es la de conseguir que algo cotidiano, ordinario y hasta vulgar, se transforme gracias a la concatenación de unos versos bien trenzados en algo completamente sugerente y evocador.

Simic picando poemas (www.nyu.edu)
Sólo así se entiende la poesía del norteamericano Charles Simic (1938) —de origen serbio y testigo de la Yugoslavia atroz de la II Guerra Mundial—, como una herramienta capaz de hablar de un vaso de leche, de una carnicería, de una simple casa u hostal, de una mosca o de un paisaje intrascendente y mantener la atención del lector y de paso crear una insólita expectación. He leído en algún lugar que éste es "el poeta del pueblo", un título desacertado y vulgar para la realidad de este creador y aguzado crítico literario, pues que su temática no ahonde en los temas clásicos (pedantes, tediosos, manidos) de la poesía y sus versos aparenten poder ser escritos por cualquiera, su poética destila más intelectualidad que aquélla que muchos tratan de exteriorizar con forzado ahínco. 


Cínico e irónico pero no cómico, pues no hay atisbo de humor en sus composiciones, Simic deja en el cajón los adornos y se centra en construir una poesía en apariencia siniestra y ominosa, y sus temas se centran en situaciones u objetos insignificantes, en la figura de la mujer (pues las mujeres, tanto familiares como en el plano afectivo han sido sus sempiternas acompañantes), el jazz, la nieve, un padre peculiar... y Simic se introduce furtivamente en los hogares de una familia media norteamericana para retratar una escena aburrida y ordinaria, o sus poemas se transforman en un lienzo de Grant Wood o Edward Hopper; parece que estoy observando al poeta flirteando y diciéndole a la chica de al lado lo caliente que está la cerveza esa noche... La poesía es un artefacto que puede cambiar el mundo; la de Simic el concepto (erróneo) de lo cotidiano.

Edward Hopper. Aves nocturnas (1942)
Esto es lo que vi: nieve vieja en el suelo, 
tres mirlos acicalándose, 
y mi vecina que salió en camisa de dormir 
a tender en la cuerda las camisas de su marido.  

El viento matutino hacía difícil engancharlas, 
levantó el vestido tan por encima de sus rodillas 
que tuvo que dejar de hacer lo que estaba haciendo 
y dio una buena carcajada mientras se cubría. 

PRIMAVERA - Charles Simic (Hotel Insomnia, 1992)

lunes, 13 de abril de 2015

BREVE ANTOLOGÍA DEL EPITAFIO MALDITO Y OTRAS HIERBAS INFUMABLES




Cuando el río es lento y se cuenta con una buena bicicleta o caballo sí es posible bañarse dos (y hasta tres, de acuerdo con las necesidades higiénicas de cada quién) veces en el mismo río.
AUGUSTO MONTERROSO

En ocasiones, resulta tan complejo hablar y explicar una obra, que lo más sencillo es recurrir a su título para poder intuir cierta información... si bien en este caso puede que hasta esto confunda todavía más. En (Breve) Antología del Epitafio Maldito pongo al servicio del leedor (la palabra es correcta aunque en desuso, no necesitan buscarla) toda una suerte de epitafios enormemente enigmáticos, sugerentes y evocadores que harán las delicias no sólo del experto en la materia, también del profano.
Ilustración de cubierta: Krri On
Como en toda antología, aunque sea tan breve como esta, debe disponer de un estudio preliminar que ponga en antecedentes a aquellos que se atrevan a leer, repasar o estudiar los epitafios que muestro en esta obra mínima; ésta, presenta además una completa y deliciosa bibliografía —primaria y secundaria—, adornada por un prólogo que firma el crítico y poeta Duco Perkenss, que supera los cien años de edad si bien conserva una lucidez envidiable.

ARTHUR HARKER  
Londres, 1701-Gravesend, Kent, 1749

El Támesis lo escupió 
una noche de verano,
de igual forma 
que en invierno lo engulló.

(St. George's Churchyard, Gravesend)


Imaginen introducir en una coctelera una pizca —generosa— de Monterroso (el escritor era mucho más que ese famoso y enorme dinosaurio que dicen tenía disecado en el salón de su casa), agreguemos las visitas que todos solemos hacer a los cementerios en nuestros viajes turísticos en lugar de hacerlo a los tediosos museos o grasientas hamburgueserías; a continuación, la estruendosa solemnidad de humor negro de la serie A dos metros bajo tierra, y para finalizar, por qué no (la música queda para el gusto del consumidor), también introducimos a los muertos de Edgar Lee Masters: et voilà, ahí aparece esta (Breve) Antología del Epitafio Maldito.

ADRIAAN CORNELISZ. HOOFT
Haarlem, 1724-Ouderkerk aan de Amstel, 1763
 
En estas bajas tierras 
pudridoras de toda esencia, 
exclamarán cuando falte a las 
sucesivas citas: ¡aquí reposa, 
un asiduo del Barrio Rosa! 

(Schellingwoude, Ámsterdam)
 
 
Lo más que puedo afirmar es que este es un poemario híbrido (extraño e indefinible) a medio camino entre el microrrelato (con su desarrollo, nudo y —fatal— desenlace) y la poesía más desgarradora y elegíaca; un ejercicio con el que he pretendido un claro objetivo: aunar la realidad confundiéndola con la irrealidad o viceversa; apariencias, sueños o vigilias que se presentan aquí como forma de mi extraño y peculiar universo, que para eso es mío y es a mí al que fastidia.

TRUUS JANSEN
Noordwijk, 1699-Westeinde, 1770
 
Sé que me amortajarán y velarán 
con superficial desconsuelo 
quienes nunca cuidaron  
de este cuerpo ahora yerto.

(Oude begraafplaats, Noordwijk)


Tras esta breve explicación (puesto que breve es esta antología), sé que algunos se estarán preguntando: pero, ¿qué demonios es (Breve) Antología del Epitafio Maldito? Al leedor y hasta al lector le corresponde responder a esta pregunta... si puede. Por cierto, ¿y usted ha elegido ya el suyo? ¿su epitafio? No pierda el tiempo; el tiempo es oro.

«Cien años después aparece el nuevo Edgar Lee Masters». (Marginalia Review)

«Leyendo al autor de este libro, hasta dan ganas de ser protagonista de alguno de sus epitafios». S. JOHNSON (Revista Crítica)

«Una obra simplemente inclasificable; desconcertante». J.J. KRRI (Bavaria)

«Disfruten tanto como yo lo he hecho de la lectura de estos epitafios malditos... no se sabe si alguno de nosotros apareceremos en una futura edición, corregida y aumentada». D. PERKENSS

«Los epitafios malditos te enganchan, desde el principio hasta el final. Cuidado, son adictivos».  J. F. PYNCHON

sábado, 28 de marzo de 2015

MOMENTOS PARA RECITAR POESÍAS Y OTROS PARA BOXEAR

La idílica estampa del escritor en estado de trance escribiendo tras un escritorio rodeado de libros y con una perfecta rutina creativa, es una imagen recurrente, pero no siempre real. 

Arthur Cravan
Una gran parte de literatos han tenido que ganarse el pan con todo tipo de trabajos hasta lograr dedicarse de lleno a la literatura; otros, sin embargo, han muerto sin poder consagrar todo su tiempo al oficio de escribir. William Faulkner, antes de alcanzar la fama, llegó a ser cartero y hasta pintor, al igual que el escritor flamenco Louis Paul Boon: pintor de brocha gorda antes de trabajar a tiempo completo en su apasionante literatura. El irreverente Charles Bukowski tuvo como oficio el de cartero durante una etapa de su vida, algo que se refleja en su novela autobiográfica: Cartero. Kafka fue pasante y agente de seguros; el egipcio Naguib Mahfuz funcionario y hasta se dice que bibliotecario (un sueño para todo amante de los libros), al igual que Borges, al que le debemos ese delicioso relato que lleva por título La biblioteca de Babel. Curiosa también la "doble vida" del japonés Haruki Murakami, que trabajó en una tienda de discos y más tarde regentó un club de jazz; o el flamenco Hugo Claus, que antes de convertirse en el artista total que fue se ganó la vida con los empleos más variopintos, hasta trabajando de peón en una fábrica de azúcar.

Un caso curioso lo hallamos en la peculiar vida de Arthur Cravan (1887-1918), cuya existencia puede resumirse en la frase extraída de Los detectives salvajes de Bolaño: hay momentos para recitar poesías y hay momentos para boxear.

Arthur Cravan en su faceta de boxeador

Dos metros y cien kilos eran las medidas físicas del excéntrico Arthur Cravan, sobrino de Oscar Wilde y amante de la poeta Mina Loy. Se dedicó no sólo a la literatura y la poesía en particular, también al boxeo. Puede que sus escritos no aparenten (las apariencias engañan) medir tanto como su físico ni como la de otros escritores, pero su tarea literaria se forjó entre artistas, alcohol y bares y a través de todo tipo de poéticos oficios: leñador, mulero, marinero, chofer... Editó una revista cultural que tuvo cinco números entre los años 1912 y 1915: Maintenant; y como afirmaba odiar las librerías, él mismo vendió los ejemplares llevándolos en un carrito. 

¿Cuál es esta noche mi error? 
¿Qué entre tanta tristeza? 
Todo me parece bello,
el dinero que es real,
la paz, las vastas empresas, 
los autobuses y las tumbas; 
los campos, el deporte, las queridas, 
hasta la vida inimitable de los hoteles. 
Quisiera estar en Viena y en Calcuta. 
Tomar todos los trenes y todos los navíos, 
fornicar con todas las mujeres 
y engullir todos los platos. 
Mundano, químico, puta, borracho, músico, 
obrero, pintor, acróbata, actor; 
Viejo, niño, estafador, granuja, 
ángel y juerguista; millonario, burgués, 
cactus, jirafa o cuervo; cobarde,
héroe, negro, mono, Don Juan, rufián, lord, campesino,
cazador, industrial, fauna y flora: 
Soy todas las cosas, todos lo hombres y todos los animales.
¿Qué hacer?

LA PROVOCACIÓN. ARTHUR CRAVAN

 
Hasta llegar a la leyenda de su muerte: en 1918, tras haber recorrido medio mundo, desaparecieron tanto él como su cuerpo. Sobre este hecho se dijo que algún marido celoso se lo quitó de en medio, o que se esfumó tras una homérica borrachera; lo más probable es que su barca fuese engullida por el mar durante su último viaje por el Atlántico, en el Golfo de México. Puede que Bolaño estuviese pensando en Cravan para incluir la cita en su novela: hay momentos para recitar poesías y hay momentos para boxear. Y Cravan la convirtió en su ley de vida.

jueves, 12 de marzo de 2015

DE ENTRE LOS MUERTOS. PREMIOS Y OLVIDOS EN LA POESÍA DE JUAN VICENTE PIQUERAS

"... saben que el amor le debe su existencia 
a la gramática." 

En De entre los muertos, la película dirigida por Alfred Hitchcock (conocida también como Vértigo) y a pesar de lo que aparenta indicar su título, la protagonista (Kim Novak) nunca muere para volver del inframundo porque siempre estuvo viva, muy viva y alguien (en este caso Hitchcock) nos engañó haciéndonos creer que tras estar muerta había regresado al mundo de los mortales.

De entre los muertos (Vértigo) - 1958
 Pero esto a Hitchcock no sólo se le perdona, también se le agradece; no así que algunos hayan "matado" u olvidado (que puede –o no– ser lo mismo) al poeta Juan Vicente Piqueras (1960), ya que éste jamás ha estado en el hades (ni poético ni espiritual) pero como él mismo ha afirmado en varias ocasiones y reafirmándose tras concedérsele el Premio Loewe en el año 2012, nunca ha aparecido en las más de doscientas antologías de poesía en castellano de los últimos tiempos, algo que no sólo resulta extraño, también es hiriente e insultante, y me gustaría pensar que ha sido una "simple" sucesión (unas doscientas) de confusiones de editores y antologadores... puede ser, pero el estropicio es inmenso, la injusticia imperdonable, y la ceguera de éstos un dislate de auténtico premio para con uno de los grandes poetas de la actualidad y de largo el mejor de su generación.

Uno se pregunta si quizá este injustificable lance tenga relación con la independencia de Piqueras o al hecho de no arrimarse a ciertos poderes fácticos –no sé si será su caso–; o puede que a causa de las modas poéticas pasajeras, con esos extraños poetas mediáticos que escriban lo que escriban resultan  omnipresentes, que aparecen en los medios por abrir la boca y los antologan por decreto por muy poco y mal que escriban. Que Piqueras no haya aparecido en ninguna antología de nuestro país no significa que éste no "viva" y sobreviva en plena forma fuera de esas colecciones (por ende incompletas) y que además sea perfectamente reconocido y valorado por crítica y lectores de poesía como uno de los mejores poetas vivos de nuestro idioma.

En la poética de Piqueras va circunscrita una meridional línea geográfica, una brújula vital con un carcaj de versos que siempre apunta al sur: Roma, Atenas, Argel; mas siempre acude a su raíz primigenia, de la que todo surge y termina por inundar sus poemas: Los Duques (Requena). Y redunda en Aldea (dualidad como poemario y como fuente), un lugar en apariencia pequeño pero inmenso, tanto como una urbe infinita que latente rezuma su esencia en cada uno de sus poemarios; sus versos se elaboran desde lo minucioso, en la búsqueda de vocablos precisos, mediante versos de orfebrería y pasiones personales. 

Sólo sé lo que quiero si me pierdo.
Amo mi perdición. Cultivo ortigas.  
(...) 

CULTIVO ORTIGAS - J. V. Piqueras


Yo que tú (Manual de gramática y poesía), 2012
Sus poemarios han sido jalonados con diversos e importantes premios: José Hierro, Antonio Machado, Valencia de poesía, Crítica valenciana, Premio del Festival Internacional de Medellín, y el más reciente el Premio Loewe; pero a pesar de todo, de tanto galardón y de las más de doscientas tropelías cometidas hacia su poesía, Piqueras da la sensación de desear pasar de puntillas por todo, sin hacer más ruido que el tintineo de sus versos tras ser leídos. 

Y aún me pregunto: ¿dondé quedaron los ojos, las manos y las páginas que han obviado editores y antologadores? ¡Alfred, te echamos tanto de menos! 

Yo nací ayer y moriré mañana.
Lo mismo que tus ojos que hoy me leen.
Lo mismo que tus manos que acarician 
las páginas que somos,
el aire que seremos y que ahora la mueve.
(...)

FELIZ CUMPLEAÑOS - J. V. P.

lunes, 16 de febrero de 2015

CONTRA GIL DE BIEDMA

Hace unos días volví a visionar El cónsul de Sodoma (Sigfrid Monleón, 2010), película basada en la vida del poeta Jaime Gil de Biedma; y volví a sentir lo mismo que la primera vez: una sensación agridulce. Bien es cierto que el filme relata con bastante fidelidad la vida social del poeta (atendiendo claro a la biografía de Miguel Dalmau Jaime Gil de Biedma. Retrato de un poeta), pero a pesar de ello la impresión que deja la imagen trazada por Monleón es la de estar resaltando el plano sexual para minimizar su parte literaria hasta dejar ésta en algo anecdótico cuando debiera ser todo lo contrario. El cónsul de Sodoma bien podría haberse titulado Contra Jaime Gil de Biedma (aunque nada tuviese que ver con estos versos): 
 
De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso, 
dejar atrás un sótano más negro 
que mi reputación —y ya es decir—, 
poner visillos blancos 
y tomar criada, 
renunciar a la vida de bohemio, 
si vienes luego tú, pelmazo, 
embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes, 
zángano de colmena, inútil, cacaseno, 
con tus manos lavadas, 
a comer en mi plato y a ensuciar la casa?  

Te acompañan las barras de los bares 
últimos de la noche, los chulos, las floristas, 
las calles muertas de la madrugada 
y los ascensores de luz amarilla 
cuando llegas, borracho,
y te paras a verte en el espejo 
la cara destruida, con ojos todavía violentos 
que no quieres cerrar. Y si te increpo, 
te ríes, me recuerdas el pasado 
y dices que envejezco.
(...)

CONTRA JAIME GIL DE BIEDMA - J. Gil de Biedma

Jaime Gil de Biedma (1929-1990)

El estilo poético de Gil de Biedma sorprende por poseer un lenguaje coloquial, directo, ausente de la búsqueda de palabras grandilocuentes, lleno de pesimismo y con una constante alusión a hechos autobiográficos amén de estar cargada de cierta crítica social. Esa forma autodestructiva, pesimista y nihilista se refleja en un poemario cuyo título lo dice todo: Poemas póstumos; y en composiciones como Contra Jaime Gil de Biedma, No volveré a ser joven o Después de la muerte de Jaime Gil de Biedma. Queda claro que en el creador barcelonés resulta complicado disociar la vida de poeta y su vida social; su parte literaria y su vertiente humana, pero en la película se echa en falta un retrato más profundo de su poética (una de las más importantes y exquisitas del siglo pasado y referencia hasta hoy en día), lírico de raíz eliotiana que mantuvo correspondencia entre otros con Luis Cernuda o con el propio Eliot (se agradece la imagen de la película en la que Gil de Biedma aparece leyendo los Cuatro cuartetos del inglés).

Pero el biopic dirigido por Sigfrid Monleón (con una sobresaliente actuación de Jordi Mollá) se posa en exceso en los detalles escabrosos, en el plano sexual, en las personas con quienes el poeta se iba a la cama; y se echa de menos una exposición de cómo creaba, cómo componía (escaso o nulo en el filme) en lugar de tanto culo en penumbra y primeros planos de falos erectos, pero evidentemente, en ese caso pudiera resultar irrelevante e insatisfactorio para el gran público en general. Una oportunidad perdida.

(...)
En paz al fin conmigo, 
puedo ya recordarte 
no en las horas horribles, sino aquí 
en el verano del año pasado, 
cuando agolpadamente 
tantos meses borradas
regresan las imágenes felices 
traídas por tu imagen de la muerte… 
Agosto en el jardín, a pleno día.
(...)

DESPUÉS DE LA MUERTE DE JAIME GIL DE BIEDMA - J. Gil de Biedma

viernes, 16 de enero de 2015

¿DÓNDE ESTARÍAMOS SIN LA MUERTE?* (SEGÚN LA POESÍA DE VALENTÍ PUIG)

Bienaventuradas las naciones que tienen misiles y hormonas, 
archivos bien catalogados, teólogos y una gastronomía
nada pesada.

V.P.

Mi relación con los libros –como ya he afirmado en más de una ocasión– va más allá de la que se establece entre un lector de carne y hueso y el material compuesto por simple papel encuadernado; trasciende ese vínculo meramente físico.

Hace años me costó una eternidad dar con la antología poética de Valentí Puig; harto de la espera opté por leerla en una biblioteca y rechazar el ejemplar cuando éste llegó (muchos meses después), a la librería, como lo hace un barco extraviado a un puerto ignoto. El pasado otoño recordé la anécdota y mi pesar aumentó –como me sucedió con el de Spinoza– por no haberme quedado con el demorado libro (por enfado, o por despecho hacia la tienda de libros, que no satisfizo mi ansia bibliófila de manera inmediata ni mucho menos diligente). Y comencé a buscarlo, de nuevo a mitificarlo cuanto más se resistía mi persecución; no lo encontraba en mis librerías físicas, ni en la maldita red, hasta que finalmente di con el ejemplar el último día antes de dar comienzo el invierno: Capital del Otoño. Premonitorio.

http://www.valentipuig.com/
Y en esta pasada Navidad, con el frío invernal recorriendo carnes y huesos, releí la poesía de Valentí Puig. Las relecturas suelen captar nuevos matices que en la primera (temerosa ante lo nuevo y nada meticulosa) no se aprecian, también mayúsculas decepciones, e incluso exclamaciones y manos a la cabeza. Mas la sensación fue agradable, la de un reencuentro, la del sabor del buen vino que pasados los años embriaga más y mejor (y sólo ocurre con lo exquisito que da la vida). Allí hallé nuevamente ese choque de poemas entre modernidad y añoranza del pasado, recuerdos de la infancia y la vida rural, una suerte de devocionario en el que es sencillo encontrar aspectos prosaicos e insulsos del mundanal ruido y acto seguido profundas elucubraciones teológicas, versos serios de gran calado intelectual y otros cargados de sorna filosófica, frases que hablan del sinsentido y del más puro sentido de la vida; Bernanos, el recuerdo de los padres fallecidos, Freud y Jacob, urbes lejanas, Churchill e incluso diálogos encubiertos con el mismísimo Dios... y una colección de poemas sobre "el amigo de Queequeg" (sic) y el intramundo (a lo Gran Hermano, el de Orwell, claro) de Moby Dick y Melville –un rara avis de poemario que bien podría editarse en edición limitadísima (y numerado) con un mapa de las rutas del Pequod amalgamadas con los viajes y periplos del poeta mallorquín.


Valentí Puig. Capital del Otoño. Huerga & Fierro 2010

Y acabó la Navidad, como todo, y la antología, entre versos y excesos, vinos, achampanados y hasta  espumosos, comidas e indigestiones, y reparé de nuevo en Puig ante una doble realidad completamente irrefutable en aquellos días:

(...) Agosto, 
agosto ya tan lejos de la infancia y tan cerca del colesterol. 

¡Cuánta razón, señor Puig, en esto y en todo cuanto afirma en verso! ¿La muerte? La muerte sería no poder leer sus poemas. Moltes gràcies por esta Navidad.


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*«¿Dónde estaríamos sin la muerte?» es un verso del propio V. Puig.