viernes, 19 de febrero de 2016

MANDORLA; VALENTE

Sigo volviendo a Valente, tal y como me ocurre con otros poetas, y pienso en su trayectoria, en el misterio de su poética. Resulta extraño, pero ¿por qué Valente  tiene tan poco en común con su generación? El escritor gallego huyó literalmente de la Generación del 50 para buscar su propio nido, y el vuelo –el ave, que en su poesía es un elemento redundante– le llevó a nuevos derroteros: Lezama Lima, María Zambrano o Edmond Jabès. Valente fue un ave inquieta que se nutrió del arte, de la filosofía, del misticismo... buscando algo nuevo de manera totalmente consciente hasta poseer un estilo propio (que al fin y al cabo es lo que todo poeta ansía); puede que por eso huyese de esa primera etapa, pasando por otras y cargando siempre con esas esencias nuevas que encontraba en su nuevo destino y se llevaba al siguiente.
J.A. Valente. Fotografía: Manuel Falces
Bajo mi punto de vista en Valente se observan tres etapas poéticas: una iniciática junto a la Generación del 50, por simple contemporaneidad con aquellos poetas con los que convivió; una segunda época a mediados de los 60 en la que su poesía es eminentemente mística bajo la influencia de San Juan de la Cruz, Miguel de Molinos e Isaac Luria; y la última etapa –poética y vital– que coincide con su llegada a Almería en 1985 y se prolonga hasta su muerte.

La palabra desnudez es un concepto preciso para definir su poesía; es un verbo descarnado. Su palabra carece de revestimientos, y mucho menos de algún resquicio de falsedad; su palabra (en el sentido más amplio) es sólo hueso, roca... o desierto. Es en la última etapa de su vida cuando Valente se mimetiza con la naturaleza hostil que encontró en el sur, ausente de florituras ni rimbombancias: en Almería halló esa luz que buscaba desde el inicio, la luz prístina que recogía uno de sus primeros versos y casi al final de su existencia se hizo palpable. Aún hoy en día hay lectores e incluso poetas que lo catalogan de “radical” u “oscuro”, curiosamente él, que ansiosamente buscó la luz. 
http://www.rigamarolepress.com/sacred.html
En 1982 José Ángel Valente publicó un poemario cuyo título era Mandorla. La mandorla (palabra italiana) hace referencia al marco en forma de almendra que circunda algunos personajes sagrados, siendo utilizada en el arte románico y bizantino. Cuando el año pasado se abrió al público la que fuese su casa convertida ahora en museo, me hizo pensar en la mandorla, no sólo como lo que es, sino como una idea (cuasi filosófica) que entiendo que resume y enmarca toda su poesía, pero no como algo impenetrable sino permeable a otras disciplinas, autoexiliándose (haciendo uso del concepto luriano) para recoger otras esencias y regresar, como lo haría el ermitaño a su caracola. Mandorla en una doble dirección: pensamiento y materia; su poética y su casa.

Y resistió, solo, dentro de su poesía, con esa comunión entre el yo interior y lo exterior, la alianza entre la naturaleza (por muy despiadada que fuese) y el ser humano; en definitiva: el equilibrio entre lo espiritual y lo material. En Almería y su desierto contempló la verdadera imagen de su poesía, erigida como un axioma; como una verdad, casi como la verdad: mandorla.

Estás oscura en tu concavidad      
y en tu secreta sombra contenida,      
inscrita en ti.             
Acaricié tu sangre.      
Me entraste al fondo de tu noche ebrio      
de claridad.             
Mandorla.