martes, 5 de abril de 2016

ROGER WOLFE: ENTRE LA ESTEPA Y LO POLÍTICAMENTE INCORRECTO

He leído todos los géneros que ha cultivado Roger Wolfe a lo largo de sus treinta años de carrera literaria; he leído casi toda su obra, pero no es este hecho nada extraordinario, pues otros ya lo han hecho antes que yo. Ahora he terminado de leer el primer volumen de su autobiografía, titulado Luz en la arena y publicado en 2013 por la editorial ZUT. Para el que sólo conozca su afán poético, sus libros de ensayos, los innumerables relatos y demás escritos, o la brutal novela El sur es un sitio grande, le sorprenderá el tono y el intimismo del que hace uso en este primer tomo autobiográfico, hasta tal punto de creer que es un escritor diferente al de sus anteriores obras; o acaso esa dualidad que el angloespañol tan bien representa: en ocasiones es Dr. Jekyll, y en otras Mr. Hyde.

Luz en la arena es un libro delicioso en todos sus aspectos, rebosante de  anécdotas y nostalgias, de momentos evocadores hasta tal punto de llegar a ser dolorosos por el hecho de haber pasado ya sin la esperanza de que regresen, y las páginas se construyen con detalles y hermosas descripciones estructurándose de manera amena en breves capítulos independientes... es, en definitiva, un hermosísimo y delicioso testimonio.

Luz en la arena sigue la estela de otras obras del género que recuerda al primer tomo autobiográfico de Coetzee o a La lengua absuelta de Canetti, cuya finalidad es hurgar en el recuerdo y en los sentimientos de una época que ya no volverán para su autor, para describir una infancia que en la de Wolfe transcurrió entre dos culturas y lenguas (curiosamente como Canetti), desarrollándose de forma bella y entrañable con un tono nostálgico e intimista; y a su vez encuentro en Wolfe gran paralelismo en aquello que afirmaba Eliot con respecto a cuánto le debía al hecho de haber nacido americano pero haberse desarrollado en la Inglaterra que lo adoptó, puesto que nada –ni su vida ni su obra– serían igual sin esta determinante circunstancia, algo que también parece suceder con Roger Wolfe


Existen pocos escritores que cultiven un abanico tan amplio de géneros y lo hagan tan delicadamente bien (aunque la sutileza no sea en ocasiones la palabra precisa), con un sello propio, personal e inconfundible como el que esgrime Roger Wolfe en sus escritos. Es muy difícil, por no decir casi imposible, encontrar un autor no sólo en lengua española sino en ninguna otra, que ahonde con tanta maestría en las múltiples facetas de la literatura como el angloespañol: poesía, relato, traducción, ensayo (que él denomina «ensayo-ficción»), diario, novela... y hasta letrista para el músico Diego Vasallo o su colaboración con Rafa Berrio; es muy difícil; apostaría a que es casi imposible. Es por ello que ha sido calificado como «escritor total».


Roger Wolfe, considerado el impulsor del nuevo realismo poético español, es el más vigoroso y original creador de su generación y una de las voces más singulares y radicales del panorama nacional, heredero directo de T. S. Eliot, Raymond Chandler, Bukowski, Baudelaire, Céline, Rubén Darío o César Vallejo. Con un estilo rotundo y sin fisuras, Wolfe es un autor único e incomparable que se reinventa con cada una de sus obras, y allí en donde aparenta ser un lenguaje coloquial y sencillo, subaycen ríos de literatura, clásica y moderna, de nuestro idioma y de otros, catalizador y exponente de la tradición anglosajona como nadie lo ha hecho en nuestra lengua. Un lobo estepario que transita entre lo políticamente correcto y lo incorrecto; un lobo; un lobo solitario; un lobo, feroz.