lunes, 2 de octubre de 2017

LA BIBLIOTECA DE LOS MUERTOS

En ocasiones, cuando recoloco mis libros, los clasifico, leo, descarto, releo... me imagino con tristeza qué será de ellos pasado un tiempo, cuando irremediablemente yo ya no sea su dueño. Me gustaría pensar que serán para mis hijas, y así lo espero, o que más en el futuro caerán en  manos de alguien que al menos le ponga el mismo interés y cariño que yo les pongo ahora. Contemplo las baldas y sus inquilinos y percibo que en ellos está parte de mi vida, y yo ya soy parte de ellos. Aquel libro que me regalaron en una fecha especial; el que yo compré en un viaje y en una ciudad concreta; una ansiada primera edición; el que encontré por casualidad en una librería perdida; una edición subrayada y anotada por un lector anónimo; un ejemplar con una cubierta especial; un libro dedicado por su autor, a mí o a otra persona.


Como ya he explicado en este mismo blog, fue uno de los muchos artículos que sobre bibliofilia tiene escritos el poeta y novelista Juan Bonilla lo que definitivamente me introdujo en ese mundo, algo que le comenté al propio escritor hace unos años: «ha sido culpa tuya». Me preguntó que qué me gustaba y le dije que todo: primeras ediciones, dedicados, raros, americana, ilustrados, cartas, literatura en lengua neerlandesa, los procedentes de las bibliotecas de escritores, elzevires y moretus (estos últimos mi debilidad)... «Entonces tienes un grave problema», me replicó, y así es, porque he perdido el control y tiendo a cierto canibalismo bibliófilo, y el lugar en donde conviven amenaza con devorarme (yo quería una casa para tener mis libros reunidos, y para nada más).


La bibliofilia hace disfrutar al que se adentra en su mundo, siendo posible el autoimponerse los límites (delimitados por el vil metal) y sin necesidad de buscar los impagables incunables y otras joyas encuadernadas. En mi caso «Los imposibles y ansiados» los registro en un cuaderno con cuya cubierta ya salivo nada más verla cual perro de Pavlov.



He recibido en las últimas semanas uno con el autógrafo del premio Nobel J. M. Coetzee y dos que pertenecieron al escritor neerlandés Joost Zwagerman, que se suicidó hace ahora dos años y cuya biblioteca ha acabado siendo tristemente desmantelada (aunque yo haya terminado «beneficiándome» de tal situación). Y me vuelvo a preguntar cuál será el destino de estos libros míos que he ido coleccionado con tanto esmero, y esos objetos que como centinelas los protegen y que la mayoría considera absurdos.






Al final los que coleccionamos libros estamos construyendo sin reparar mucho en ello una auténtica biblioteca de los muertos, que algún curioso como yo seguirá mis pasos.


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