martes, 20 de febrero de 2018

TIERRA, NO SEAS DURA. (RECORDANDO A MENNO WIGMAN)

El poeta neerlandés Menno Wigman falleció el 1 de febrero de forma repentina. Padecía una extraña enfermedad de corazón que le había sido detectada hace años, y una neumonía ha acabado con él a los 51 años de edad en un hospital de Ámsterdam (en donde yo también estuve en una ocasión, por intentar patinar sobre el hielo y partirme la ceja). Ciertamente esta concatenación de enfermedades y la posterior muerte me ha recordado a la de Slauerhoff.

Poco después de conocer su muerte me vino a la memoria una anécdota que detallaba él mismo en su raro diario en donde hablaba de varios escritores que habían pedido ser enterrados con su libro favorito. Wigman fue enterrado una semana más tarde en aquel cementerio junto al Amstel que tantas veces he recorrido buscando tumbas de músicos y escritores. Ha sido un inesperado golpe, una pérdida prematura e injusta (como todas las muertes) que será muy difícil de olvidar. Si imagino mi tristeza, que sólo lo conocía por el intercambio de e-mails y mensajes, no quiero pensar en cómo se deben sentir sus seres más queridos

© Maarten Bezem
Contacté con él por vez primera hace un año. Desde el primer instante me pareció una persona agradable en el trato, atenta, educada y hasta cariñosa. Como siempre me ocurre con aquellos poetas a los que traduzco, establezco con ellos una relación en la que incluso llego a sentir (y creer) que nos conocemos desde hace tiempo, los hago parte de mí, leo sobre su vida, compro sus libros y hasta cuelgo sus retratos en mi biblioteca, y si algunos lectores son capaces de llegar a experimentar esa sensación, traducir a un escritor es como si se estuviese conviviendo con él y te introdujeses en su propio pensamiento, y en mi caso hablo de la traducción de escritores muertos, que era a quienes hasta entonces había traducido, pero Wigman fue el primer poeta vivo que vertía al castellano, así que le preguntaba dudas, él me respondía con largas explicaciones, me señalaba versos, me detalla la intrahistoria del poema, me preguntaba cómo iba la traducción, me ayudaba... y hasta me felicitó por mi cumpleaños y yo le envié en octubre la plaquette que me editó en Brooklyn Cuadernos de Humo, aunque sé que no entendía la lengua española. 


La primera sensación que tuve al leer a Wigman es que no sólo estábamos ante el mejor poeta de su generación de las letras neerlandesas, como afirman todos, sino al mejor de los vivos. Su particular visión de la vida, su escritura refinada, trabajada, precisa, en donde pulía la métrica como ya no se acostumbra a hacer, un estilo singular, oscuro, romántico, que remitía a los Baudelaire, Nerval, Rilke o Slauerhoff; clásico y posmoderno a la vez, y con una calidad poética que queda corroborada en sus dos últimos poemarios. Si Slauerhoff está considerado el mejor poeta de las letras neerlandesas, Wigman está junto a él, y no porque haya muerto ahora, sino por las sensaciones que ya en vida transmitía, digno de estar junto a Hugo Claus, Achterberg, Paul Snoek, Nooteboom, Gerrit Kouwenaar y Lucebert; entre los más grandes poetas en lengua neerlandesa de todos los tiempos.

 
Estos días he estado releyendo sus poemas, sus escritos, mis versiones al español y los innumerables mensajes que intercambiamos, y un poco obsesionado con su muerte.

Sigo pensando que los Países Bajos y las tierras que milagrosamente existen a lo largo de la costa del Mar del Norte y los territorios que desde ahí surgen, resultan inspiradoras para escribir la poesía más llena de tristeza de las posibles, puede que por las nubes, la brisa o la incesante lluvia; quizá por las gaviotas, los canales o por los colores grisáceos de sus paisajes, la luz mortecina y el cielo plomizo. Me siento tan triste como afortunado de haber traducido su poesía y haber tratado con él, aunque aún hoy la pena pesa demasiado. ¡Tierra, no seas dura con él!

Aarde, wees niet streng. Dag, lieve dichter; dag lieve Menno!